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“Nunca más sentí temor"

Del número de enero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Al final de la Segunda Guerra Mundial, Johanna Lehmann, vivía con su familia en Silesia cuando llegó el ejército soviético de ocupación. Durante ese período los soldados saqueaban los pueblos en los que entraban, disparaban a mansalva y violaban mujeres. Ella describe de qué manera oró para enfrentar esa amenaza.

Los Rusos llegaron con tanques. Interminables filas de tanques abrían fuego a diestra y siniestra en cada esquina, cubriendo toda el área como con una red.

Todos temblábamos de miedo. Entonces mi padre vio que dos oficiales del ejército se aproximaban a nuestra casa con sus pistolas desenfundadas y listas para disparar. Subieron los escalones del frente haciendo mucho ruido, y apenas entraron preguntaron: “¿Dónde mujer? ¿Dónde mujer?”

Mis padres se horrorizaron; mis dos hermanas menores y yo estábamos allí. Cuando los soldados estaban tocando el timbre, le dije a mi padre: “No tengamos ningún temor y todo va a salir bien”. Llevé a mis hermanas al dormitorio que compartía con mi esposo. El nuestro era el penúltimo cuarto en un corredor que tenía muchas puertas. Podía escuchar a los soldados a medida que entraban al corredor, preguntando constantemente: “¿Dónde mujer? ¿Dónde mujer?”, mientras iban de un cuarto a otro.

Cuando los oí en nuestro apartamento, pensé: “Antes de dejarlos que me pongan las manos encima, prefiero saltar por la ventana”. Pero de inmediato me di cuenta de qué disparatado sería hacer eso. Mis hermanas estarían en peor situación aún, así que ésa no era la solución. Luego comprendí: “Sólo Dios puede ayudarnos”. Afirmé que Dios es Amor, y si es Amor, abraza todo de manera impersonal y no tiene relación alguna con los sentimientos materiales o físicos. El Amor es espiritual y divino, y sólo ese Amor existe. “Si Dios es Amor, se manifestará aquí mismo y ahora”, pensé.

De manera que permanecí junto a la ventana sin abrirla y miré en dirección a la puerta que llevaba al cuarto de al lado. Vi que la mano del picaporte giraba hacia abajo y me di cuenta de que ya no sentía ningún temor. El picaporte giró otra vez hacia arriba y los hombres se marcharon escaleras abajo. Fue como si me hubieran sacado un peso del corazón y me sentí muy agradecida. Comprendí que el temor es realmente innecesario y no ayuda para nada. Ayuda mucho más y es más importante declarar la omnipresencia de Dios. Nunca más sentí temor.

Vi que bajaban el picaporte de la puerta...

Podemos vencer el miedo al reconocer la presencia absoluta de Dios. Ésa es la solución para todo mal. Cuanto más reconozcamos y agradezcamos la omnipotencia y omnipresencia de Dios, mejores resultados obtendremos y mayores serán las bendiciones. Todos los problemas se resuelven de esta manera. Eso es algo que he podido comprobar con frecuencia.

Esta experiencia fue grabada inicialmente para el programa radial de onda corta en alemán de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y más tarde publicada en su versión impresa.

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