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Más allá de rostros y razas

Del número de enero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Viviendo en irak„ mis padres me dijeron que iríamos en avión a pasar el fin de semana a Jordania para ver a la familia, así que sólo empaqué pocas cosas. Fuimos mis padres, mis dos hermanitas y yo. De esto hace diez años, cuando tenía trece y no he vuelto a Irak desde ese entonces”.

Me quedé atónita ante esta brillante y dinámica estudiante universitaria, que me contaba la historia de cómo su padre decidió emigrar con su familia a los Estados Unidos.

Construir puentes culturales enriqueció mi vida

Había tomado esa decisión después de haberlo planeado bien y extensamente para poder escapar de lo que vió como peligro de muerte en su tierra natal, y así encontrar atención médica para su hija menor. No podía correr el riesgo de que sus hijas supieran que no iban a volver; cualquier indicio de que planeaba emigrar habría puesto sus vidas en peligro.

Omito el nombre de esta amiga ya que aún hoy ella y su familia deben ocultar su historia por temor a las represalias.

Ella compartió esta experiencia conmigo despúes de que estuve de acuerdo en proteger el nombre de su familia en mi trabajo de investigación sobre la vida de los islamitas en Detroit. Su experiencia es similar a la de miles de refugiados que emigraron a los Estados Unidos.

Primero me ocupé mentalmente de su relato, es decir, oré. Abrí mi pensamiento para percibir el cuidado y compasión que Dios tiene por todos en el mundo, por todas las expresiones de Su identidad. Me negué a creer que el mal pueda tener poder para quitarnos la libertad y la armonía otorgadas por Dios e inherentes a cada individuo.

Nos quedamos en silencio. Luego le di las gracias. Le dije que admiraba su falta de rencor hacia cualquier persona o gobierno responsable por el sufrimiento de su familia.

La actividad que me llevó a conocer a esta estudiante y su experiencia, comenzó en la primavera de 1999. Uno de mis profesores de la Universidad de Michigan me pidió que trabajara como ayudante en una investigación subvencionada por la Universidad de Harvard. Los fondos eran para investigar y ubicar centros religiosos de inmigrantes en el área de Detroit, con el propósito de estudiar los cambios en la demografía religiosa de los Estados Unidos. El sitio en la Web del proyecto: http://www.fas.harvard.edu/~pluralsm/, provee una fascinante introspectiva sobre las distintas religiones que han encontrado un lugar en los Estados Unidos.

Como parte del proyecto visité varias mezquitas y un templo Jain [Jainismo, sistema religioso-filosófico de la India del siglo VI] y conocí muchas tradiciones religiosas desconocidas hasta hace poco en los Estados Unidos. Descubrí que varios grupos de distintas religiones se reunían para tratar de formar parte de esta comunidad tan diversa. Esta investigación despertó en mí el fuerte deseo de eliminar toda separación que hubiera entre mi propia cultura y la cultura e ideales religiosos de los demás.

Mi primera visita a una mezquita para una al-juma, o asamblea, a la que los musulmanes asisten en todo el mundo los viernes a la una y treinta de la tarde, fue una rica experiencia. Una de las personas a la que entrevisté, una joven estudiante islámica, me invitó al servicio religioso. Antes del mismo, hablamos sobre lo que iba a ocurrir, cómo debía vestirme y en qué medida podía participar. Yo quería ser muy respetuosa y observar, pero no ser observada.

Le pedí que me ayudara a ponerme el tradicional velo usado por las mujeres islámicas cuando van a la mezquita. Me senté en el fondo del salón designado para las mujeres que asisten al servicio, con otras que no participaban. Vi niños de todas las edades sentados junto a sus madres, que se arrodillaban sobre las alfombras para orar y realizaban los rituales de la oración como ha sido la costumbre musulmana durante siglos. La asistencia regular de un viernes es de 1.500 hombres, mujeres y niños, quienes escuchan atentos mientras el Imán los guía durante el servicio. Aprecié el entusiasmo y la sinceridad de los participantes.

Río Gihón: los derechos de la mujer reconocidos

En otra ocasión, visitamos un templo Jain recientemente construido al norte de Detroit. Varios jóvenes vinieron a orar y a postrarse en reverencia. Nos dijeron que venían al menos tres o cuatro veces a la semana, apenas salían del trabajo. Observando a los jóvenes inclinarse, vi una conexión entre su religión y la mía. Pensé que también yo entiendo que la oración sincera es una labor mental por medio de la cual nos volvemos más conscientes del amor omnipotente y omnipresente de Dios.

Asistimos a un servicio de dedicación en la iglesia de los Mur Thomu en Southfield, Michigan. Los Mur Thomu son indoasiáticos que practican el cristianismo que predicó Santo Tomás a sus ancestros hace unos 2.000 años, mientras viajaba por la India. La dedicación de la nueva iglesia a la que asistimos ese día, era la culminación de 25 años de trabajo de la congregación para recaudar los fondos suficientes. Hasta ese momento, una Iglesia episcopal de Detroit les había prestado su sede para celebrar sus servicios religiosos. Me sentía muy feliz de poder participar de la alegría colectiva que esas personas expresaban.

Escribir sobre estas culturas originales, sus preceptos religiosos, y su asimilación a la cultura occidental, por momentos tuvo sus desafíos. Mi única guía fueron las palabras de la máxima que aparece en el logotipo del The Christian Science Monitor: “No hacer daño a nadie, sino bendecir a toda la humanidad”. Tanto es así que lo recorté de un ejemplar del Monitor y lo pegué en mi computadora.

Esta misión me resultó muy útil, pues yo estaba haciendo un estudio sobre la evolución del hijab en la mujer, es decir la vestimenta que cubre totalmente a las musulmanas. En la actualidad, el uso de este atuendo a veces se considera como la subordinación de la mujer a su marido, un aspecto cultural limitante. La mujer sobre la cual decidí escribir, había tomado la decisión de usar el hijab al entrar a estudiar en la universidad, mucho después de lo que la costumbre indica. Ella deseaba que los demás reconocieran por su vestimenta, que ella era devota del Islam, de Alá [Dios].

Me costó mucho convencer al profesor para quien estaba realizando el estudio, de que el derecho de manifestarse públicamente era un acto de valor y convicción de parte de esa mujer. Las palabras que Mary Baker Eddy utilizó para definir el Río Gihón vinieron a mi pensamiento. “Los derechos de la mujer reconocidos moral, civil y socialmente”. Véase Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 587 y Génesis 2:13. Es un concepto de lo que un río en particular de Etiopía podía representar para los lectores de la Biblia, y me pareció muy hermoso.

Una vez más encontré apoyo en el Monitor, ya que en el momento en que estaba realizando el estudio, se publicó en la edición del 19 de agosto de 1999 un artículo titulado: “Definición de los Valores Islámicos en Estados Unidos”. Era obvio que yo no era la única que escribía sobre las distintas perspectivas que existen sobre la práctica del Islam en ese país.

Mis esfuerzos por construir puentes culturales como éstos fue una experiencia que enriqueció mi vida. Me hice amiga de muchas de las personas que entrevisté y de otras con quienes consulté para realizar el trabajo. En algunas oportunidades hablábamos extensamente sobre los beneficios de una sociedad pluralista que hace mucho más que tolerar a aquellos que viven de acuerdo con diferentes normas culturales. Acordamos que la tolerancia por sí sola no es la respuesta, sino más bien el deseo de hallar puntos en común. El hecho de entender y apreciar a la humanidad en el trato con aquellos que no tienen los mismos ideales religiosos que nosotros, expresa el deseo de construir puentes de contacto con ellos.

A medida que avanzaba el trabajo, mi entendimiento de Dios se volvió cada vez más claro. Comencé a darme cuenta de que Dios verdaderamente no tiene un rostro, un color, un género ni afiliación a una sola religión. Comencé a conocer a Dios como “el GRAN YO SOY”,1 el amoroso Padre y Madre de cada uno de nosotros, ahora y para siempre.

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