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Perdonar trae felicidad

Del número de enero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Muchas veces hay circunstancias en las que el comportamiento de amigos o familiares nos hace sentir descorazonados. Pero, si hemos de seguir hacia adelante en la vida, vemos que se hace imperativo superar los sentimientos heridos y perdonar.

Cristo Jesús expresa claramente las condiciones del perdón cuando en el Padre Nuestro dice: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12. Esto nos habla de un perdón total, que ha de llegar a todos los rincones de nuestro pensamiento. Y este tipo de perdón puede brindarnos verdadera felicidad.

Pero hay ocasiones en que creemos haber perdonado a alguien en algún episodio o circunstancia en nuestra vida y, no obstante, cada vez que recordamos la situación nos sentimos heridos. Y así, preferimos olvidar, hacer “borrón y cuenta nueva”, aunque en el fondo de nuestro pensamiento tal vez quede algún residuo, algún resentimiento, enojo, crítica o condena, que impida una limpieza profunda y liberadora de nuestra conciencia.

El perdonar nos enseña valiosas lecciones. Entre ellas, la de conocernos a nosotros mismos y reconocer el permanente amor de Dios hacia nosotros.

Hace unos meses, me vi ante la necesidad de perdonar cuando enfrenté una situación que me causó mucho dolor y decepción. Un familiar muy querido, que durante años había sido como una madre para mí y para mi hermana puesto que mamá falleció cuando éramos niñas, nos había dejado por herencia todo lo que tenía (algunos valores, acciones y una propiedad). Había legalizado su decisión y me había entregado una copia del testamento.

Pero transcurrido un tiempo y en forma inesperada, cambió de opinión y decidió anularlo. Hizo un testamento nuevo, en el cual prácticamente nos desheredaba.

Esa actitud me causó profundo dolor. Sentí como que ella había defraudado el afecto de tantos años y la confianza mutua. Este familiar de continuo nos decía que éramos como hijas para ella, las hijas que nunca había tenido. Por eso sentí que su proceder no era justo y que tampoco tenía en cuenta nuestros sentimientos.

Como otras veces en que tuve que encarar problemas, traté de encontrar mi paz en la oración. Las ideas que había encontrado en mi estudio del libro Ciencia y Salud y los principios en que se basa la curación en la Christian Science me dieron una perspectiva diferente. Había algo superior y más valioso que lo que podía brindarme una herencia que consistía de bienes materiales. Este libro me mostró que la verdadera y única herencia es un derecho divino que nos pertenece a todos y que nadie nos lo puede quitar, una herencia completamente espiritual, inviolable y que no está sujeta a cambios. Esta herencia proviene de Dios, nuestro verdadero Padre-Madre, e incluye salud, trabajo, provisión, inteligencia, felicidad, amor, bondad. Mary Baker Eddy se refiere así a esta herencia: “¡Qué gloriosa herencia se nos da mediante la comprensión del Amor omnipresente! Más no podemos pedir; más no podemos desear; más no podemos tener”.Esc. Misc., pág. 307.

También comprendí la importancia de poner nuestras esperanzas en el Amor divino, que es la fuente de todo bien. La herencia que procede de Dios no nos viene a causa de la muerte de alguien y no está sujeta a espera alguna para manifestarse. Es omnipresente. Al Padre celestial le place darnos el bien. Véase Lucas 12:32. Estas verdades espirituales me liberaron poco a poco del pesar y restauraron mi paz. Al mismo tiempo, sentí inmensa gratitud por este familiar, porque gracias a esa situación fui guiada a descubrir y valorar mi verdadera herencia.

Esta experiencia, y muchas más que me han tocado vivir, me han llevado a comprender que es bueno y necesario perdonar siempre, cualquiera sea la circunstancia que nos cause aflicción. Pues sólo un perdón total nos hace crecer espiritualmente y ser felices. Perdonar siempre trae felicidad.

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