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Para ser rico de verdad

Del número de febrero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A los Pocos minutos de estar con Elena, uno se daba cuenta de que ella era realmente rica. Se notaba en la manera en que apreciaba las grandes obras literarias. O en la manera que se emocionaba con las sinfonías de Beethoven. O por la forma en que aprendió a pintar, tan sólo porque le encantaba hacerlo. O en la forma que profundizaba en un tema hasta el fondo con la aguda navaja de su intelecto. Y se notaba con qué generosidad compartía su riqueza: su entusiasmo, su amor por la literatura y la música, sus pinturas, sus ideas, su receta del exquisito pan integral de Europa Oriental.

No obstante, Elena no era rica en lo que a dinero se refiere. La conocí cuando realizaba un postgrado. Ella y su esposo acababan de llegar a los Estados Unidos, desplazados por un régimen dictatorial en su país. Tuvieron que dejarlo todo para poder cruzar la frontera, sus familias, sus posesiones, su ropa. Incluso sus anillos de boda.

Por eso, sin siquiera decir una palabra acerca del tema, Elena y su esposo nos enseñaron lo que es la verdadera riqueza. La riqueza que va mucho más allá de cuentas bancarias, bienes inmuebles o intereses financieros. Nos parecía increíble que Elena y su esposo nunca se lamentaran por las pérdidas sufridas. Nunca se quejaron por el pequeño departamento que tenían en el campus de la Universidad, ni por su ajustado presupuesto. Gradualmente fuimos comprendiendo el porqué.

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