En Mayo de 1998 se desataron revueltas en mi país, Indonesia. Mucha gente se dedicó a saquear, quemar y destruir tiendas y casas. Todo esto debido a la confusa situación política que había resultado en depresión económica, envidia social y degradación moral.
Un día, durante lo peor de la revuelta, la compañía donde yo trabajada nos mandó a casa antes del mediodía porque los incendios se sucedían por toda la ciudad. Desde el decimotercer piso del edificio podíamos ver el humo espeso cubriendo el cielo de Yakarta en todas direcciones.
Al principio me asusté al igual que mis compañeros de trabajo. Pero luego recurrí a Dios en oración y recordé un pasaje de Ciencia y Salud que dice: “Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los experimentaréis en la medida en que ocupen vuestros pensamientos”. Ciencia y Salud, pág. 261. Cuando pensé en esta declaración, me tranquilicé. Recordé que los hijos y las hijas de Dios son puros, honestos, tranquilos y felices. De otra manera no podrían ser la semejanza de nuestro Padre-Madre celestial.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!