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Suficiente para compartir

Del número de febrero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Mayo de 1998 se desataron revueltas en mi país, Indonesia. Mucha gente se dedicó a saquear, quemar y destruir tiendas y casas. Todo esto debido a la confusa situación política que había resultado en depresión económica, envidia social y degradación moral.

Un día, durante lo peor de la revuelta, la compañía donde yo trabajada nos mandó a casa antes del mediodía porque los incendios se sucedían por toda la ciudad. Desde el decimotercer piso del edificio podíamos ver el humo espeso cubriendo el cielo de Yakarta en todas direcciones.

Al principio me asusté al igual que mis compañeros de trabajo. Pero luego recurrí a Dios en oración y recordé un pasaje de Ciencia y Salud que dice: “Mantened vuestro pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los experimentaréis en la medida en que ocupen vuestros pensamientos”. Ciencia y Salud, pág. 261. Cuando pensé en esta declaración, me tranquilicé. Recordé que los hijos y las hijas de Dios son puros, honestos, tranquilos y felices. De otra manera no podrían ser la semejanza de nuestro Padre-Madre celestial.

Aunque me encontré con una turba camino a casa, pude evitar el disturbio y mantener la calma, y llegué sano y salvo por otro camino.

Al otro día, se nos permitió permanecer en nuestros hogares porque los incendios continuaban en algunas partes de la ciudad.

Pudimos ofrecerles algunas verduras a nuestros vecinos.

Después de la revuelta las provisiones escasearon. Cuando se lograba conseguir alimentos, los precios eran tan altos que la gente no podía pagarlos. Le escribí una carta a una amiga, contándole este problema. Me contestó que todo lo que necesitamos viene de Dios y es ilimitado. Pensé mucho en lo que me dijo.

Estoy muy agradecido porque todas las necesidades de mi familia han sido satisfechas. Tenemos suficiente comida para cada día e incluso para compartir con nuestros vecinos. Por ejemplo, a veces ellos nos piden algunas de las verduras que cultivamos en nuestro terreno, y nos da mucho gusto dárselas.

Una noche, mientras yo continuaba pensando en nuestras necesidades, mi esposa me llamó desde su oficina para que la fuera a buscar, ya que iba a traer un montón de comida a casa. Habían tenido una cena con la junta directiva en su oficina y habían sobrado muchos alimentos. También pudimos ofrecerles parte de todo eso a nuestros vecinos.

Tal vez estas experiencias parezcan ejemplos muy simples, pero son suficientes para probarme que Dios siempre cuida de nosotros.

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