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Reflexión

Del número de febrero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nuestro amor no es un secreto,
pues a nadie le oculto lo que siento,
porque Tu amor, Dios mío, es permanente,
lo abarca todo, es apacible, siempre presente.

Me das la dulce calma,
me proteges en Tus brazos,
me das la libertad de saberme amada,
y encuentro en este amor
la ternura indecible
que antes no encontraba.

Hundida en Tu regazo
siento Tu amparo,
sabiendo mi camino,
sabiendo a dónde voy.

No hay temor de que pueda
variar la trayectoria;
si de Tu mano voy
es mía la victoria.

Firme en la ruta
seguiré navegando
en esta barca de oro
que Tú guías Señor,
confiando que Tú sabes
de nuestro gran amor.

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