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Supera resentimiento y sana

Del número de febrero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Mi Esposo se fue de casa dejándome con 4 hijos, la menor de ellos de 6 meses y el mayor de aproximadamente 8 años, tuve que hacerme cargo de todos los gastos de alimentación, vestuario y educación.

En vez de enfrentar el problema de una manera sabia, "ahogué", por así decirlo, todos los sentimientos de frustración, desengaño, amargura, dolor, soledad e impotencia, que parecían apoderarse de mí.

Yo no quería aceptar esos sentimientos porque sabía que no eran buenos, pero no sabía cómo eliminarlos, y me daba cuenta de que cada vez venían con más fuerza y no sabía qué hacer. Aún le daba gracias a Dios porque mis hijos tenían comida, vestido y demás. Me decía: "Al menos cuando estén grandes, teniendo algo de estudio podrán enfrentar mejor los problemas". Los amaba, les hablaba con amor de su padre, cuando me preguntaban por él, procuraba contarles lo buen padre y esposo que había sido, no les contaba porqué se había ido, no sabía qué decirles.

Pasaron los años, y un día fui a Bogotá con una de mis hijas, pues vivía en Madrid. Teníamos sed y cuando nos encontramos con un vendedor ambulante que llevaba frutas, le compramos una guanábana, y partimos un pedazo para comer. Entonces recordé que a mi esposo le gustaba mucho esa fruta. Ese solo pensamiento me inquietó. Consumí casi instantáneamente el trozo de fruta, contrario a lo que siempre hago, pues por lo regular como muy despacio. En contados segundos comencé a sudar, me subió la temperatura, se me inflamó la cara, y comencé a tener otros síntomas muy desagradables. Mi hija y yo empezamos a orar. Hacía algún tiempo que conocíamos la Christian Science y siempre recurríamos a Dios en oración para solucionar todo tipo de problema: de salud, falta de armonía, o situación económica.

Apresuramos el paso, pensando llegar a la iglesia de la Christian Science, que estaba cerca. Me aferré a la idea de que Dios es Vida y que yo, Su hija, creada a Su imagen y semejanza, sólo podía expresar la Vida. Por lo tanto no podía experimentar enfermedad de ninguna clase. Sabía que todas mis funciones y sensaciones estaban gobernadas por la Mente única que es Dios y, por lo tanto, eran perfectas. Reconocí que respiraba el ambiente del divino Amor. El ambiente de Dios está más cerca que la atmósfera que nos rodea, porque en "Dios vivimos, nos movemos y somos" (Hechos 17:28). Insistí en que, siendo Dios Espíritu, yo como Su idea espiritual, no podía padecer, enfermar, ni morir.

Al llegar a la iglesia, le pedí a mi hija que subiera a la Sala de Lectura y pidiese prestado el libro Ciencia y Salud, pues recordaba las ideas que se encuentran en la página 468, y que siempre he tenido como un báculo en qué apoyarme. Como ya no podía pensar con claridad, quería leerlas, o que la niña me las leyera. Cuando ella volvió, yo sentía que no podía resistir más los pensamientos de muerte, que parecían muy fuertes. La niña me leyó en voz alta la "Declaración científica del ser" que comienza diciendo: "No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo".

Mientras ella leía, yo le daba gracias a Dios, por haber creado "todo, bueno en gran manera" (Génesis 1:31) y esto, incluía todas las frutas. También le di gracias al Creador por todos los hombres, y pensaba que esto también incluía a mi esposo. Dios lo creó a él también bueno, y deseaba con todo mi corazón poder verlo como Él lo creó, y no tener hacia él ningún sentimiento que no fuera bueno. Le pedí a Dios que no me dejara caer en la tentación de sentir ningún rencor hacia él. También le pedí por mis hijos, quienes para entonces habían crecido, y habían empezado a albergar resentimiento y deseos de venganza hacia su padre. Yo lo único que podía hacer era orar, y esperar que estos niños lo perdonaran y practicaran lo que habían aprendido en la Escuela Dominical.

Tenía que superar el rencor que sentía.

Una practicista de la Christian Science que era mi amiga y que estaba estudiando en la Sala de Lectura, bajó cuando yo me estaba quedando dormida, y al verme se puso a orar. Sentí deseos de ir al baño. Luego ayudada por mi amiga y mi hija, me recosté nuevamente en la silla y me quedé dormida por unos minutos. Cuando desperté me sentía mucho mejor. Mi amiga insistió en acompañarnos a casa. Al día siguiente, yo estaba completamente bien.

Desde ese momento, decidí vigilar mi pensamiento con disciplina y constancia, pidiendo a Dios tal como dice un himno: "Los pensamientos vanos, haz que reprima yo, líbrame del pecado, Señor y Redentor" (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 329). También ha sido un báculo muy importante para mí saber que la obediencia a Dios, cuando no nos dejamos angustiar y no sentimos temor, trae sólo bendiciones, felicidad y buenos frutos. Me siento muy feliz de haber aprendido a pensar que todos los hombres son útiles en la creación de Dios. Así que me esfuerzo por seguir la Regla de oro como enseñó Cristo Jesús: "Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos" (Lucas 6:31).

Me siento libre, y considero que tanto mis hijos como yo hemos progresado muchísimo. También hemos recibido grandes bendiciones. Nuestro progreso espiritual se ha reflejado notablemente en nuestra estabilidad y progreso económico y en todas nuestras actividades diarias.

Tengo que agradecer inmensamente a la Sra. Eddy por lo que ella escribió en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, y dice en parte: "Los buenos pensamientos, son una armadura impenetrable, revestidos de ellos estaréis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo estaréis a salvo vosotros mismos, sino que también se beneficiarán todos aquellos en quienes pensáis" (pág 210). Para mí ha sido una voz diaria que escucho con atención, y en la cual hallo protección para mí y para mis hijos, y abrazo a toda la humanidad en ese mismo amor.


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