Aquí me pongo a cantar
Al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
Una pena extraordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela.
Así canta Martín Fierro, el personaje que tan brillantemente creó el poeta argentino José Hernández. Una canción puede realmente ayudar a eliminar la pena de los corazones que luchan. Martín Fierro representa ese corazón que recurre con fervor a un poder más elevado, invisible, pero siempre presente. El pueblo argentino tiene una inclinación natural hacia lo espiritual, hacia esa inteligencia espiritual que anhela entender a Dios. Es un pueblo que, como aquel gaucho, conoce muy bien el valor del honor, la honestidad y la verdadera amistad.
Un factor clave en la difícil situación que Argentina ha enfrentado en los últimos meses, es la confianza. Confianza en la integridad de los conciudadanos, así como en la fortaleza y habilidad que tiene cada uno para encontrar soluciones. Cada individuo tiene la capacidad de revertir la tendencia al pesimismo.
En momentos de extrema dificultad, las puertas se abren y ofrecen la oportunidad de tomar cada queja, cada expresión de descontento, y presentarlas ante la corte más elevada, ante la corte del Principio divino, que es Dios Mismo. Este Principio no ama meramente, sino que es el Amor, y tiene ya los recursos espirituales e infinitos para cada uno de Sus amados hijos.
El recurrir al juicio de Dios esperando Su misericordia, va mucho más allá que decir "Todo está en manos de Dios", por más que se exprese con toda sinceridad. ¿Cuánta responsabilidad tiene en sus manos aquel que dice esto? La respuesta es: total responsabilidad por sus acciones. Dejar todo en manos de Dios significa depositar nuestra fe, con cuidado y reverencia, en el poder de una ley superior. Sin embargo, esto no quiere decir "largar" todo en las manos de Dios y luego no prestar atención al Principio y al Amor que gobiernan el universo.
Para obtener esta forma más elevada de ayuda, uno se puede preguntar: "¿Qué puedo hacer yo para ayudar a mi hermano, a mi familia, a mis conciudadanos?" Cuando pedimos con toda sinceridad, el Amor mismo responde, purificando la naturaleza humana. Cuando los individuos dejan de lado sus intereses personales y oran, con amor, por el bien de todos, su naturaleza es transformada. El Amor del Padre–Madre Dios toca sus corazones y los impulsa hacia adelante, hacia una manera mejor y más feliz de vivir con solidaridad.
Éste no es momento de actuar solo, sino en equipo, hombro a hombro, mano en mano. Es necesario respetarse mutuamente, aprender a trabajar juntos paso a paso, con firmeza, como un coro de miles de voces en armonía perfecta. Tampoco hay lugar para las comparaciones con lo que está haciendo el vecino, o para temer que alguien nos saque el lugar que nos pertenece, ni para preguntarse si la voz de otra persona será escuchada primero o sonará más fuerte.
Las circunstancias exigen igualdad al responder a las necesidades de todos los ciudadanos, quizás mediante medidas económicas prudentes que afecten la vida de todos. Este tipo de disciplina ya ocurrió en otras épocas de la historia de la civilización. En la Biblia hay relatos que muestran cómo la sabiduría de los profetas salvó de la hambruna a pueblos enteros. Como en el caso de José, quien interpretó el sueño de Faraón de los años de hambre, y le aconsejó guardar el trigo de los años de gran abundancia. Su consejo fue inteligente. Le recomendó al rey que se preparara para los años de menos prosperidad que vendrían. Este consejo fue una evidencia del amor que tiene Dios por Sus hijos. Un amor que pedía a la gente que actuara con inteligencia y que, por un tiempo, se abstuvieran de gastar en exceso sus recursos, poniéndolos de lado para beneficio de todos durante los años subsiguientes. Véase Génesis, Cap. 41. Para encontrar esta solución, José recurrió a una fuente superior de sabiduría y confió en el Principio, el Amor. La confianza en el bien que Dios otorga y en sus recursos infinitos tiene que estar acompañada de acciones equilibradas y generosidad.
Puesto que Dios es Espíritu, Sus respuestas traen paz al corazón. Él responde a las necesidades, no al deseo de conseguir objetos. El amor de Dios no se calcula en medidas humanas. La oración que reconoce la inagotable provisión divina hace que esa provisión se manifieste en los amorosos términos de Dios, no de acuerdo términos de Dios, no de acuerdo con los deseos personales. Recurriendo de todo corazón al Principio infinito y tierno, que gobierna el universo, y reconociendo Su poder omnipresente, el pueblo argentino será guiado a actuar con el tipo de inteligencia espiritual que tenía José. Esa forma de proceder es el opuesto mismo de la viveza y no admite que alguien saque ventaja de los demás para beneficio propio. Cada acción honesta y correcta contribuye al futuro mejor de toda la población.
La voz de Cristo Jesús es sumamente valiosa en momentos como éste: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo".
Cantando juntos "Al compás de la vigüela", esforzándose para que se manifieste el gobierno del Principio y su poder salvador, el camino se abrirá.
Los amigos que leen esta revista, así como su personal y los redactores se unen en oración al pueblo argentino, con la total convicción de que la inteligencia espiritual de la nación prevalecerá.
