En El Terremoto de 1985, uno de los más fuertes que sacudió la ciudad de México, fallecieron mis padres y un hermano, esposa e hijos. Esto trajo desesperación y un sentido de soledad a mi vida. Tenía temor de todo. Temía por mí y por mis hijos, y ni siquiera quería que fueran solos a la escuela. Sentía un vacío y buscaba con afán encontrar un refugio en mi esposo, hermana e hijos.
Esto me hizo recurrir a Dios con devoción para encontrar Su cuidado amoroso. Con el estudio de la Christian Science mi pensamiento comenzó a cambiar. El Salmo 139:7–10, me ayudó mucho: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra". Comprendí que Dios es omnipotente, ocupa todo el espacio, y ninguno de Sus hijos está fuera de Su amor. Percibí que mis familiares no existían independientes de Dios, sino que en ese mismo momento, aunque yo ya no los podía ver, estaban bajo las alas del Amor, como yo misma estaba.
Esta curación tomó tiempo, pero la percepción espiritual que recibí sanó finalmente todo sentimiento de dolor y soledad, y me hizo sentir más fuerte.
Tiempo después, mi comunidad estuvo otra vez bajo amenaza. Esta vez se trataba de la posible llegada de un huracán. Pero ahora estaba más preparada espiritualmente. De modo que me puse a orar para ver que el hombre no está predestinado a sufrir las consecuencias de desastres naturales. Dios protege a Su creación.
La creación espiritual de Dios no es un hecho lejano y teórico; es una realidad presente. El Amor divino la cuida. La Verdad infinita la mantiene firme. La Vida eterna le da continuidad.
El Principio de esta creación nos abraza y gobierna a todos en paz. Con Dios Todo está bien.
Este último pensamiento me mantuvo firme en la idea de que Dios es el que nos mantiene siempre a salvo.
Poco después, al ver las noticias, me enteré de que el ojo del huracán se mantenía estable y no avanzaba. Esto fue muy reconfortante. Al poco tiempo, la amenaza del huracán se había convertido en tan sólo una tormenta tropical.
Esta experiencia me demostró una vez más cómo la oración contribuye a que cambie nuestro pensamiento para que podamos percibir la bondad ilimitada de Dios.
México, D.F., México