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Dejé mi corazón en Buenos Aires

Del número de abril de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi corazón se quedó en Buenos Aires cuando la visité por primera vez en 1994. Hay un lugar muy especial en mi pensamiento para esta ciudad, el país donde se encuentra y su gente.

Es bueno recordar que la situación en la que viven no sobrevino de la noche a la mañana. El país ha estado sufriendo inestabilidad por muchas décadas.

A principios del siglo XX circulaba una expresión en París, Francia, que decía: "¡Tan rico como un argentino!" Los argentinos, que obtenían su dinero de la carne de res y de los recursos naturales del país, viajaron por todo el mundo, especialmente a Europa, y al regresar a su tierra crearon el París de América del Sur. Aún hoy, se puede ver esta Ciudad Luz, oculta bajo los carteles y el abandono, cuando uno visita Buenos Aires y se cruza con sus ciudadanos tan elegantes, educados y refinados.

Sin embargo, desde que el precio de la carne comenzó a declinar después de la Segunda Guerra Mundial, durante la era de Perón, y posteriormente durante los años de la "Guerra Sucia" de la dictadura militar, el país ha soportado años de gran agitación social y económica. Como dicen los buenos tangos, parece que el argentino está constantemente lamentando su vida y esperando un futuro promisorio que nunca llega.

Es también importante notar que si bien hay pobreza, no se compara con la de otros países de América Latina. El nivel de educación es alto. Es por eso que la situación es tan penosa.

No obstante, ésta no es la Argentina que yo vi cuando la visité en 1994, 96 y 97. Caminando por las calles de Buenos Aires sentí que andaba por una ciudad llena de vida. Una ciudad con gente en movimiento. Un pueblo que está trabajando duro para construir para una mañana. Veo a los mozos en los restaurantes orgullosos de la habilidad que tienen para realizar su trabajo. A los hombres de empresa por las calles haciendo negocios con sus teléfonos celulares de camino a encontrarse con sus amigos para almorzar. A las maestras llevando largas filas de niños, todos de la mano, al parque, a jugar. Al joven caminando con veinte perros, ¡todos al mismo tiempo! Y tantas otras cosas entrañables. Como los teatros de la Avenida Corrientes, las empanadas del restaurante en Plaza Congreso, la fabulosa chocolatería cerca de la Ave. 9 de Julio, con ese mazapán tan rico cubierto con chocolate; los cines y los negocios de discos de la calle Florida; cuando fui a comer mariscos en el Balneario y ¡ranas! en un barrio español; y disfruté viendo a la gente bailando el tango.

En los últimos ocho años, he hablado con varios amigos sobre la paradoja del país: allí donde los argentinos ven una vida llena de problemas, yo veo un país hermoso con gente activa. Un amigo me dijo suspirando: "Pero, Ricardo, vos no vivís acá". Una amiga estadounidense que se fue a vivir a Argentina con su marido, me comentó: "Ricardo, es maravilloso venir de visita, pero una vez que te quedás a vivir aquí, la cosa cambia. Ves cómo es en realidad".

Puede que ellos tengan razón, no obstante, mi opinión no cambia. En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy escribe: "Admitir para sí que el hombre es la semejanza misma de Dios, deja al hombre en libertad para abarcar la idea infinita. Esa convicción cierra la puerta a la muerte y la abre de par en par hacia la inmortalidad" (pág. 90). El hombre no puede estar separado de Dios, ni aquí en Boston, donde yo vivo, ni en Buenos Aires, ni en El Bolsón ni en Rosario. Yo llevo conmigo el único ambiente que me rodea donde quiera que viva. Sé por experiencia que si pienso en Dios, mi pensamiento se transforma en mi experiencia.

Los casi sesenta años de sufrimiento y decadencia de la Argentina tienen que terminar de una vez por todas, y la inmortalidad espiritual, que es serena y feliz, debe manifestarse ahora mismo. Quizás sea eso justamente lo que está ocurriendo. Quizás las circunstancias estén forzando a todo un pueblo a despertar y comprender el dominio que tienen por ser la semejanza misma de Dios.

Todo lo que puedo hacer es esforzarme por "abarcar la idea infinita" en mi propia vida, que incluye cómo veo a un país que está tan cerca de mi corazón. Es muy necesario apoyar solidariamente a nuestros queridos amigos argentinos de la mejor manera posible. Ellos están en el frente mismo de esta batalla. Pero también en Argentina, como en otros países de América Latina y muchas partes del mundo, se está librando una guerra contra la esclavitud mental, y todos somos soldados en esta guerra. Aunque estemos a miles de kilómetros de distancia, estamos trabajando juntos, hombro a hombro, y la victoria ya es nuestra.

Desde diciembre he estado pensando en silencio y en privado en la Argentina. Hoy llegué a la conclusión de que ya era hora de compartir con nuestros lectores las ideas con que he estado y sigo, orando.

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