Una Mañana tuve una experiencia que me ayudó a entender que Dios mantiene en orden a toda Su creación. Cuando logramos percibir que ya tenemos a nuestro alcance todo lo que necesitamos, por más pequeño que sea, las desavenencias y la falta de armonía desaparecen porque no forman parte del reino de Dios.
Aquel día me había levantado muy temprano para poner en orden mi hogar. Unas cuantas horas después había limpiado: habitaciones, ventanas, living, patio, etc., etc. Cuando fui al balcón a regar las plantas, observé la casa de mis vecinos, justo frente a la mía. De pequeña había pasado mucho tiempo ahí, pero luego, un montón de malentendidos, celos, y hasta envidia, nos alejaron por completo.
Miré, y ahí estaban, en la pileta que antes "yo" había disfrutado. Hacía mucho calor. Pero pensé: "¡Qué me importa, que se queden con su pileta! En unos días me voy de vacaciones y voy a tener todo un mar para mí, y ellos van a quedarse ahí, con su pileta". Luego miré nuevamente y volví a pensar: "Pero todavía me faltan 15 días, ¡cómo me gustaría ir!" Me resigné y bajé.
Me disponía a descansar unos momentos, cuando tomé la revista El Heraldo de la Christian Science. Mi atención se detuvo en un artículo titulado "Hace bien no codiciar". Pensé: "¿Para qué leerlo? Yo no codicio el bien de nadie". Aunque me resistía a leerlo, fue como si algo me impulsara a hacerlo.
El artículo decía, entre otras cosas, lo siguiente: "El bien que otros expresan nos enriquece a nosotros también". Afirmaba que cuando comprendemos que Dios incluye y provee el bien a todos, no necesitamos nada de lo que le pertenece a nuestro prójimo, porque la bondad de Dios bendice a todos por igual. Lo acepté aunque no lo comprendí muy bien.
Momentos después llamaron a la puerta de casa, y ¡era uno de mis vecinos! Venía a invitarme a la pileta.
Pero la experiencia no termina ahí. Además de que la invitación se extendió, nuestra relación cambió y mejoró. Se olvidaron los malentendidos y la relación hasta se hizo afectuosa. Pero sobre todo, ellos que no solían ir de vacaciones, comenzaron a ir y en muchas ocasiones con nosotros y nuestros amigos.
Me di cuenta de que muchas veces albergamos sentimientos en contra de los demás que ni siquiera sabíamos que teníamos, y que no nos benefician en nada, sino por el contrario, nos quitan la alegría de vivir. La codicia, por ejemplo, contra la que nos alerta el décimo Mandamiento, Éxodo 20:17. aparece disfrazada de justificación propia, obstinación y orgullo. Y es muy necesario destruirla, porque sólo trae angustia y sufrimiento.
La Sra. Eddy nos dejó un consejo que es bueno tener en cuenta a la hora de obedecer ese mandamiento. Ella escribe: "El amor propio es más opaco que un cuerpo sólido. En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor la dureza adamantina del error — la justificación propia, y el amor propio — que luchan contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte".Ciencia y Salud, pág. 242.
Me regocijo al pensar que como leemos en Ciencia y Salud, "El Amor es el libertador". lbid., pág. 225.
