Casi Todos los días leemos en el periódico que estamos en una época de recesión, que las posibilidades del mercado se han reducido y que habrá más despidos. La tasa de desempleo va en aumento. Quienes tienen empleo no saben si cobrarán sus haberes y los desocupados se preguntan si podrán conseguir empleo.
Todo esto me recuerda la época en que estaba por egresar de la universidad. Al no poder encontrar el empleo que deseaba, me preguntaba qué clase de trabajo tendría una vez que terminara mis estudios.
Me había criado en una granja que mi familia tiene en el estado de Washington, Estados Unidos, y mi padre quería que regresara allí después de graduarme y me hiciera cargo del negocio. Pero yo no quería regresar. Cuando ingresé a la universidad me propuse no volver a la granja, ya que estaba seguro de que ésa no era una actividad adecuada para mí.
No obstante, no encontraba nada mejor y muy pronto recibiría mi título. Tenía que opta entre elegir un empleo con pocas posibilidades de futuro o volver a la granja, lo que tanto temía. Pero, ¿qué hacer?
Comencé a orar para resolver el dilema, que en aquella época para mí era como el Monte Everest, y me di cuenta de que tenía que estar más agradecido por la oportunidad que tenía de trabajar en la granja. Al fin y al cabo, era una alternativa. Se me ocurrió que trabajar allí quizás fuera el paso de progreso espiritual que debía dar. Tenía ganas de trabajar, habilidad para hacerlo y necesitaba además hacer algo productivo, en lugar de quedarme ocioso.
Al no encontrar una mejor alternativa, llamé a mi padre y le dije que trabajaría en la granja con él. El me recibió con los brazos abiertos. Muy pronto estaba de regreso en casa, ocupándome del negocio de la familia como si fuera a trabajar en él toda la vida.
Mi padre y yo formábamos un buen equipo y el negocio comenzó a prosperar. Era evidente que había tomado la decisión correcta. Sin embargo, yo aún libraba una batalla interior, pues no estaba convencido de que la granja fuera un lugar adecuado para mí. Sin saber qué hacer y sintiéndome solo para tomar una decisión, decidí recurrir a Dios y comenzar a orar cada día en busca de inspiración y guía.
Oré para comprender mejor lo que constituye la verdadera felicidad. ¿Es que tenía que tener un empleo en particular para sentirme feliz? Aprendí que la felicidad es espiritual y no procede por tanto de lo que hacemos con nuestras manos o con nuestros pies, sino que procede de Dios. Es un estado de la Mente, Dios, y se expresa a través de nosotros. Es amor, alegría y paz que fluye libremente en nuestra vida, dondequiera que trabajemos.
Pensé que en todo lugar de trabajo hay quienes se sienten felices y quienes no, aunque todos tienen el mismo empleo. Por eso pensé que lo que nos trae felicidad es un estado mental, no un empleo en particular. Si bien determinados estados mentales quizás nos conduzcan a realizar ciertas actividades en las que la gente se siente feliz con lo que hace, creer que un empleo de por sí nos traerá felicidad nos puede traer muchas desilusiones. Por el contrario, un estado mental inspirado se reflejará en una experiencia laboral armoniosa. Todo esto me llevó a la conclusión de que debía buscar la felicidad en Dios, no en una determinada clase de actividad.
Me di cuenta de que puesto que somos la imagen de Dios, estamos hechos para manifestar amor, alegría, paz, sabiduría, inteligencia, creatividad. Eso significaba que yo estaba libre para expresar esas cualidades en cualquier empleo, tanto en la granja como fuera de ella.
De modo que oré para “espiritualizar” mi punto de vista acerca de mi actividad como granjero. En relación a labrar la tierra, por ejemplo, dediqué más tiempo a labrar las ideas que vienen de Dios y a buscar el punto de vista inspirado que me guiara durante el día. Para complementar la poda de los árboles, comencé a podar los pensamientos contraproducentes que tenía en mi conciencia. En lugar de procurar cosechar más maíz y fruta, procuré espiritualizar mi conciencia para que mi cosecha espiritual fuera más grande. Podría decirse que comencé a prestar más atención a Dios y menos a mí mismo. A medida que mejoraba mi forma de pensar, mis días se volvieron más luminosos y mi punto de vista mejoró.
Después de cinco años de esperar y vigilar pacientemente mi pensamiento, encontré, a través de una serie imprevista de acontecimientos, un campo de trabajo completamente nuevo. Dejé la granja y comencé a trabajar como sanador de la Christian Science, algo que había deseado hacer desde niño. Si bien el cambio en aquella época me pareció increíble, llevo ya catorce años en esta actividad y no podría estar más feliz con el nuevo rumbo que mi vida ha tomado.
Al mirar retrospectivamente aquellos cinco años en la granja, considero que me dieron una madurez que quizás no habría alcanzado en otro ámbito laboral. El tiempo que pasé escuchando, aprendiendo a confiar más en Dios, espiritualizando mi pensamiento y no temiendo al futuro, más tarde me capacitaron para ayudar a otros a resolver sus problemas mediante la oración. Realmente creo que Dios estaba cumpliendo Su propósito en mí y que yo estaba haciendo el trabajo que necesitaba en esa etapa de mi vida.
El procurar encontrar una carrera laboral puede ser como viajar por tierra a un país en el que no hemos estado antes. Al comenzar el viaje, escogemos la ruta que nos parece mejor en ese momento. A medida que el paisaje cambia y aparecen nuevos caminos, revisamos nuestros planes acerca del rumbo a tomar. Quizás haya desvíos a lo largo del camino, territorios sin explorar que no aparecen en el mapa, cambio de planes, detenciones imprevistas, demoras inesperadas. Pero si continuamos avanzando y tomando decisiones cuando es necesario, gradualmente nos aproximamos al destino de nuestro viaje.
Cuando las posibilidades laborales parecen limitadas, no tenemos necesariamente que rendirnos a la desesperación. Dios nos da a todos inteligencia, sabiduría, creatividad, originalidad, cualidades que nos convierten en buenos trabajadores. Si mantenemos nuestro pensamiento abierto, agradecemos cada oportunidad laboral que se presenta y no nos quejamos en el proceso, encontraremos vías para estar empleados y se productivos.