Cuando tenía cuatro años vivíamos en una granja cerca de un pequeño pueblo llamado Cajicá. En caso de que te interese, está como a unos 45 minutos de la ciudad de Bogotá, Colombia, en Sudamérica. Allí había muchos espacios abiertos y muchos laguitos donde mi hermano y yo íbamos con frecuencia a atrapar ranas. También había caballos, y a mí me encantaba andar a caballo. Y quiero contarte lo que me pasó un día.
Resulta que estaba tomando clases para aprender a montar. Me pusieron encima del caballo y yo no podía pensar en otra cosa más que en andar alrededor de la granja. Pero uno de los instructores se olvidó de asegurar la silla, y cuando el caballo comenzó a andar me caí al suelo. El brazo me dolía muchísimo. Pero de pronto recordé que había aprendido que Dios lo gobierna todo. Y Él me hizo perfecto. Dios me conocía de la manera que Él me hizo. Y pensé en un pasaje de Ciencia y Salud que me había dicho mi mamá. Es donde dice que Dios no causa los accidentes. Si Él no había causado el accidente mi brazo no podía estar dislocado ni roto. Dios sabía que mi brazo estaba perfecto.
Algunos parientes y amigos querían que fuera al hospital porque pensaban que me había quebrado el brazo. Pero mi mamá estaba orando y confiando en que Dios me sanaría cualquiera fuera el problema, porque la lesión era desconocida para Él. Y si yo confiaba en eso ayudaría a que mi brazo estuviera bien otra vez
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