Durante su primer año en la empresa, el nuevo gerente había despedido a casi todos los ejecutivos con jerarquía, y todo parecía indicar que yo sería el próximo.
Puesto que hacía 28 años que estaba en la empresa, me convenía permanecer en ella. No obstante, ya no me pedían que participara en la toma de decisiones de asuntos claves y rara vez me daban trabajos importantes. Un colega, en la misma situación, me pidió que preparáramos juntos un memorándum y nos reuniéramos con el jefe para explicarle cómo podíamos ser más útiles a la empresa. Le dije que yo necesitaba orar antes de dar un paso así, y le recomendé que hiciera lo mismo.
Yo quería ser receptivo a la guía de Dios y dejar de lado mi propia voluntad. Dos pasajes de la Biblia me fueron muy útiles. Se refieren a dos situaciones distintas. La primera cuando María supo que sería la madre de Jesús y preguntó cómo podría ocurrir eso. María dijo: "He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra". Lucas 1:38. Y la segunda, cuando Jesús estaba en el huerto de Getsemaní, él aceptó la voluntad de Dios, diciendo: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Lucas 22:42.
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