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Un momento lleno de posibilidades

Del número de mayo de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando empecé mis prácticas en el salón de primer grado, de inmediato percibí la pureza y espiritualidad de los niños. Su creatividad y amor — que vienen de Dios — hicieron que me resultara fácil verlas también en mí. Comprendí que yo era hija de Dios y que como tal no podía perder mi perfección.

No obstante, en la clase había una niña que tenía necesidades especiales. Un día, durante el recreo, corrió y se escondió después de pelearse con otra niña, pero la encontramos antes de que terminara el recreo. Mientras los alumnos entraban al salón, la maestra me dijo que a la niña le iban a realizar un examen neurológico, y que sospechaban que ese comportamiento era la consecuencia de sufrir abuso sexual.

Me afectó tanto esta información, que me excusé para estar a solas un momento. Sentí la urgente necesidad de llevarla conmigo a casa, para que conociera un ambiente amoroso, un concepto sano de hogar y amor. No obstante muy pronto reconocí que ese impulso no era la solución. Aunque era buena mi intención de querer mostrarle amor a la niña, aceptar mi análisis inicial sería también aceptar que la niña había sido como programada humanamente para sufrir determinada situación, y debía pasar por un proceso de desprogramación para restaurar su conciencia. Pero esto no es verdad acerca del linaje de Dios. El hijo de Dios permanece intacto ante el mal, y siempre es íntegro y puro; ésta es la verdad de su identidad. Su experiencia como hija de Dios no había sufrido ningún proceso sicológico. El único poder en su vida había sido, y es, Dios, y Él sólo tiene amor por ella y por todos Sus hijos.

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