Cuando empecé mis prácticas en el salón de primer grado, de inmediato percibí la pureza y espiritualidad de los niños. Su creatividad y amor — que vienen de Dios — hicieron que me resultara fácil verlas también en mí. Comprendí que yo era hija de Dios y que como tal no podía perder mi perfección.
No obstante, en la clase había una niña que tenía necesidades especiales. Un día, durante el recreo, corrió y se escondió después de pelearse con otra niña, pero la encontramos antes de que terminara el recreo. Mientras los alumnos entraban al salón, la maestra me dijo que a la niña le iban a realizar un examen neurológico, y que sospechaban que ese comportamiento era la consecuencia de sufrir abuso sexual.
Me afectó tanto esta información, que me excusé para estar a solas un momento. Sentí la urgente necesidad de llevarla conmigo a casa, para que conociera un ambiente amoroso, un concepto sano de hogar y amor. No obstante muy pronto reconocí que ese impulso no era la solución. Aunque era buena mi intención de querer mostrarle amor a la niña, aceptar mi análisis inicial sería también aceptar que la niña había sido como programada humanamente para sufrir determinada situación, y debía pasar por un proceso de desprogramación para restaurar su conciencia. Pero esto no es verdad acerca del linaje de Dios. El hijo de Dios permanece intacto ante el mal, y siempre es íntegro y puro; ésta es la verdad de su identidad. Su experiencia como hija de Dios no había sufrido ningún proceso sicológico. El único poder en su vida había sido, y es, Dios, y Él sólo tiene amor por ella y por todos Sus hijos.
Oré para creer en esto con convicción y también para comprender mejor la infinitud de Dios. No se necesitaba toda una vida para mostrarle a esta niña lo que es el amor de Dios. El tiempo no era un factor válido, porque vivimos en el momento eterno de Dios, donde el Amor divino es infinito e inagotable. Nada puede cambiar, impedir o afectar el amor de Dios. No hay límite ni proceso ni horario para este amor, de modo que no es necesario que transcurra el tiempo para recuperar la perfección que Dios nos da; la misma ya está presente e intacta.
Esa tarde, la actitud de la niña cambió notablemente. En clase, escribió tres frases que mostraban la verdad sobre ella, como una hija de Dios inteligente y creativa, que se interesaba por lo que se le enseñaba. Al final del día, se había hecho amiga de la niña con quien se había peleado. !Era un placer enseñarle y estar a su lado!
Estoy aprendiendo a vivir en el momento eterno de Dios y a darme cuenta de que puedo poner en práctica las verdades de Su reino, a cada instante.