En El Otoño del año 2000, mi esposo y yo vimos cómo caía en un 25% el precio de los productos lácteos que producíamos en nuestra granja. Esto fue un duro golpe para nuestras finanzas. La industria láctea siempre había sido inestable, pero esta baja a niveles de épocas de depresión fue la primera en décadas.
La caída de los precios sacudió a nuestros colegas productores y muchos abandonaron rápidamente la industria. Vimos cómo los servicios y los proveedores desaparecían paulatinamente. Las perspectivas eran sombrías. Mi esposo había iniciado su negocio cuando era adolescente, y había trabajado con mucha dedicación para consolidarlo a lo largo de muchos años. Así que la decisión que debíamos tomar no era fácil.
Oramos para saber qué hacer, porque estábamos conscientes de que necesitábamos escuchar a Dios y estar dispuestos a ir a dónde Él nos guiara. Aunque pareciera difícil, sabíamos que era importante estar dispuestos a seguirlo, y no simplemente hacer nuestra voluntad.
La Biblia está llena de declaraciones que hablan del amor que Dios tiene por todos nosotros. En particular, nos ayudó ésta: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Malaquías 3:10. Aunque estábamos luchando para salir adelante, estas palabras nos dieron la seguridad de que Dios les estaba derramando bendiciones a todos Sus hijos, incluso a nosotros.
Muchos de nuestros amigos que conocían nuestra situación me animaron para que volviera a enseñar. A mí esto no me parecía factible, pues hacía mucho tiempo que sólo trabajaba en la granja. Además, mi licencia para enseñar casi había expirado, porque hacía diez años que no ejercía la profesión. Por si fuera poco, la última escuela en la que había solicitado empleo había perdido mis documentos, que tanto tiempo me había llevado reunir.
Mi regreso a la enseñanza no podía parecer más improbable, hasta que un día mi esposo estaba leyendo el periódico, y vio un anuncio en el que solicitaban una maestra en una escuela local. Yo cumplía con los requisitos, y era para dar clase a uno de mis grados escolares favoritos.
Al principio me sentí muy temerosa de siquiera presentarme al puesto. Años atrás había tenido una entrevista en ese distrito y no fui contratada. ¿No me estaría exponiendo a tener otra decepción? Además, tenía dudas de si todavía podía recordar cómo enseñar mi asignatura, ya que había habido muchos cambios a lo largo de los años: el temario, las normas para hacer la evaluación, la vida familiar y la disciplina. Además de estas dudas, estaba la posibilidad de que me consideraran demasiado preparada, debido a que poseía una especialización y mucha experiencia. En una ocasión, la persona que me entrevistó para un puesto, me había dicho que era demasiado “costosa” para ser contratada.
A pesar de esto, mi deseo de hacer la voluntad de Dios permanecía firme.
Recuerdo que una tarde me puse a orar y me embargó una profunda paz. Sentí la presencia de Dios asegurándome que si yo me ocupaba de "los negocios de mi Padre”, Su amor, guía y fortaleza estarían siempre conmigo. Desapareció todo temor, y me sentí con la seguridad de que debía solicitar el empleo.
Al día siguiente, me presenté en la oficina de la universidad en la que había estudiado, y un empleado, después de buscar por un rato, pudo localizar mis documentos y recomendaciones. Esta persona incluso me orientó para escribir un nuevo currículum.
En pocas horas, pude entregar mi solicitud, y tranquilamente dejé el resultado en manso de Dios. Finalmente‚ fui contratada para el puesto, trabajando a medio tiempo. A los pocos días, a mi esposo le ofrecieron un trabajo, también de tiempo parcial, que se ajustaba perfectamente al horario de sus labores en la granja.
Ambos estamos sumamente agradecidos por haber tenido la oportunidad de ser útiles en nuevos campos de trabajo. Nuestro trabajo de medio tiempo, con su ingreso extra, no sólo compensó el déficit del mercado de lácteos, sino que también nos ha traído muchas otras bendiciones.
Así que, en un año difícil, cuando parecía que retrocederíamos, mi esposo y yo pudimos progresar. Durante el invierno, tuve la oportunidad de tomar clases en la universidad para renovar mi licencia de enseñanza. Y nuestras vacas ganaron un premio por la más alta producción de leche en una gran área del noroeste de Minnesota. Nos dimos cuenta de que cuando el mercado toca fondo, ése es el momento de volverse a Dios en oración y escuchar; porque Él abre “las ventanas de los cielos”.