En El Otoño del año 2000, mi esposo y yo vimos cómo caía en un 25% el precio de los productos lácteos que producíamos en nuestra granja. Esto fue un duro golpe para nuestras finanzas. La industria láctea siempre había sido inestable, pero esta baja a niveles de épocas de depresión fue la primera en décadas.
La caída de los precios sacudió a nuestros colegas productores y muchos abandonaron rápidamente la industria. Vimos cómo los servicios y los proveedores desaparecían paulatinamente. Las perspectivas eran sombrías. Mi esposo había iniciado su negocio cuando era adolescente, y había trabajado con mucha dedicación para consolidarlo a lo largo de muchos años. Así que la decisión que debíamos tomar no era fácil.
Oramos para saber qué hacer, porque estábamos conscientes de que necesitábamos escuchar a Dios y estar dispuestos a ir a dónde Él nos guiara. Aunque pareciera difícil, sabíamos que era importante estar dispuestos a seguirlo, y no simplemente hacer nuestra voluntad.
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