Salí de la farmacia llevando en mis manos un frasco de Ritalin (un medicamento para niños hiperactivos). Entré en el auto y me puse a llorar. Cuando mi hija tenía catorce meses, un neurólogo infantil me había dicho que la niña tendría “problemas de aprendizaje”. Y cuando tenía cuatro años, un pediatra y un siquiatra para niños le hicieron un diagnótico de “tendencia a la hiperactividad y probables dificultades de concentración”.
El médico que había recetado el medicamento nos había dicho a mi esposo y a mí que la niña tendría que tomarlo hasta que fuera adolescente. El mero hecho de pensar que mi hija tendría que tomar medicinas toda su niñez me había hecho llorar.
Nuestra convicción en el poder de Dios abre el camino a la curación espiritual.
Con el frasco de medicina aún en la mano, recordé que en la Escuela Dominical a la que yo había concurrido cuando era niña había aprendido que todos somos los hijos perfectos de Dios, y me había encantado esa idea. Al pensar en el problema de mi hija, la frase “hija perfecta de Dios”, me venía una y otra vez al pensamiento. Razoné que por ser todos hijos perfectos de Dios, jamás podemos perder nuestra perfección, la cual Dios mantiene intacta y eternamente. Lo que Dios crea perfecto no puede dejar de ser perfecto, ni siquiera por un instante.
Comprendí que debía tomar una decisión en aquel preciso instante. ¿Era Dios un Creador perfecto? Sí. ¿Era mi hija perfecta en Dios? Obviamente, sí, pues la perfección era el hecho espiritual acerca de su identidad. Entonces, ¿cómo podría un Creador perfecto permitir que parte de Su creación cayera de la perfección? No era posible. Percibí que por ser la hija perfecta de un Dios perfecto, la niña era completa y absolutamente saludable y, por lo tanto, no había necesidad de agregarle nada a su perfección.
Cuando mi hija nació, Dios no puso un frasco de medicina en mis manos para que lo usara en el futuro. El solo hecho de pensar en eso me hizo reír. Luego tuve la profunda convicción de que el amor omnipotente de Dios cuidaba de la niña.
Esa convicción no me llegó en forma de argumentos, ni como un debate interno, sino más bien como una poderosa revelación de algo que siempre había sabido pero que recién entonces comenzaba a comprender. Con la sincera devoción del amor materno, deseaba demostrar que la perfección era la verdad incondicional acerca de mi amada hijita. Deseaba ser testigo de la aplicación práctica de esta ley espiritual. Debido a ello puse las píldoras en el marco de la ventana de la cocina y las dejé allí durante un tiempo.
Me aferré a estas tres palabras: “hija perfecta de Dios”. Cuando mi fe vacilaba, recordaba la revelación que había tenido al salir de la farmacia, y me sentía fortalecida. Poco a poco, fui comprendiendo que todo iba a salir bien.
Semanas más tarde, tomamos dos decisiones muy importantes. Nos habían dicho que nuestra hija sería probablemente transferida a una clase para niños “con problemas de aprendizaje”. Nos sentimos impulsados a visitar una escuela cristiana de nuestra comunidad. La atmósfera de amor y los extraordinarios y dedicados maestros que allí encontramos, nos dieron muy buena impresión, por lo que decidimos inscribir a nuestra hija allí, en el jardín de infantes.
Dios despierta, nutre y desarrolla aptitudes insospechadas
Al mismo tiempo, mi suegra sugirió que la niña empezara a tomar clases de piano, y ofreció pagar por ellas. Encontramos a un muy buen profesor de música, que trataba a la niña con mucho amor.
En el transcurso de los meses, el comportamiento de nuestra hija mejoró notablemente, y el frasco de medicamentos (aún sin abrir) terminó en la basura.
Años más tarde, sentí el deseo de comprender mejor a Dios y lo que significa ser Su hija perfecta, por lo que comencé a leer la Biblia y un libro que explica lo que es Dios de manera revolucionaria: Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Había leído esos libros en la época en que asistía a la Escuela Dominical de la Christian Science, pero al llegar a la adolescencia me había apartado de sus enseñanzas.
Después de leer el Nuevo Testamento y todo Ciencia y Salud, decidí leer Escritos Misceláneos y otras obras de la Sra. Eddy. En una de esas obras, llamada Rudimentos de la Ciencia Divina, encontré la siguiente declaración: “El poder espiritual de un pensamiento correcto y científico, sin un esfuerzo directo, un argumento oral o aun mental, a menudo ha curado enfermedades inveteradas“. Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 9.
Me di cuenta de que un “pensamiento correcto y científico” (en este caso la perfección de la niña como hija de Dios) había producido la curación. Ella continuó progresando en sus estudios, se salteó tercer grado y pasó a una clase avanzada de cuarto grado.
Al continuar estudiando aquellos libros, la niña se sanó también de otras dificultades, que ya tenían mucho tiempo. Muy frecuentemente había sufrido de alergia y había tenido reacciones alérgicas a diversos alimentos y sustancias. A medida que mi comprensión de Dios aumentó, esos problemas disminuyeron y finalmente desaparecieron.
En la escuela secundaria mantuvo un muy buen promedio de calificaciones, frecuentemente en cursos acelerados. Actualmente es estudiante universitaria y una música consagrada. Las dificultades físicas y de aprendizaje de sus primeros años desaparecieron por completo.
Ciencia y Salud nos dice: “La Verdad tiene un efecto sanador, aun cuando no se comprenda totalmente”. Ciencia y Salud, pág. 152 Debo admitir que aún no comprendo plenamente la poderosa verdad de que cada uno de nosotros es el perfecto hijo de Dios, pero cada día aprendo algo más de su poder sanador y aplicación práctica, y mi vida continúa siendo bendecida.