Salí de la farmacia llevando en mis manos un frasco de Ritalin (un medicamento para niños hiperactivos). Entré en el auto y me puse a llorar. Cuando mi hija tenía catorce meses, un neurólogo infantil me había dicho que la niña tendría “problemas de aprendizaje”. Y cuando tenía cuatro años, un pediatra y un siquiatra para niños le hicieron un diagnótico de “tendencia a la hiperactividad y probables dificultades de concentración”.
El médico que había recetado el medicamento nos había dicho a mi esposo y a mí que la niña tendría que tomarlo hasta que fuera adolescente. El mero hecho de pensar que mi hija tendría que tomar medicinas toda su niñez me había hecho llorar.
Nuestra convicción en el poder de Dios abre el camino a la curación espiritual.
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