Frente A Un accidente hay conmoción y ansiedad; se escuchan las sirenas de las ambulancias, y se hacen esfuerzos frenéticos por ayudar. Pero, la respuesta a una emergencia, ¿debe acaso estar llena de drama, temor y confusión? !No! Recuerdo que mi familia respondía a las crisis imprevistas con tranquilidad y oración. En tales situaciones, la paz de mis padres me aseguraba que todo estaría bien, y así era.
No me refiero a una tranquilidad estoica que es indiferente al sufrimiento y hace que sólo demos la espalda al temor cuando debiéramos destruirlo, ni a una paz superficial que ignora la necesidad urgente. Mis padres siempre tenían una tranquilidad de pensamiento que nos hacía sentir rodeados por el amor más cálido y consolador que uno se pueda imaginar. Podían responder así porque habían comprobado el poder sanador de Dios en muchas ocasiones. Ellos estaban seguros de que el conocer nuestra inseparable relación con Dios, nos sana.
Mis padres oraban partiendo de la base de que cada persona es el hijo de Dios, hecho a Su semejanza — espiritual, perfecto y completo. Comprendían que Dios, que es el bien, es el único poder, presencia y Mente; que la sabiduría divina siempre está presente para gobernar nuestros pensamientos y acciones, y para protegernos y preservarnos armoniosamente.
La actitud tranquila y confiada de mis padres traía paz a lo que, de otra manera, pudieron haber sido experiencias aterradoras. Esto me daba confianza para orar tranquilamente en tales circunstancias. Desde nuestra más tierna edad, mis hermanos y yo habíamos aprendido a confiar en la omnipresencia de Dios y en Su ayuda inmediata. En consecuencia, aprendí a apoyarme en Él, y a menudo sané como resultado de mi propia oración.
Permítame contarle lo reconfortante que fue para mí la oración en una situación alarmante, y cómo se produjo la curación de manera tan natural. Una noche de verano, cuando yo tenía diez años, mi hermano, mi hermana y yo estébamos muy excitados porque a la mañana siguiente iniciaríamos un largo viaje. Para cenar, mi mamé había preparado un guisado de pollo, y cuando lo llevaba a la mesa, la cacerola se le ladeó y parte de él se derramó sobre mi pierna; como yo tenía puesto shorts, el guisado hirviente me cayó directamente en la piel.
Mi mamá inmediatamente tomó un trapo y empezó a limpiarme la pierna, pero era tan doloroso que le pedí que no lo hiciera. Me fui a la sala y caminé de un lado a otro, orando en voz alta en medio del llanto. Yo afirmaba que nunca podía estar, ni por un segundo, separada del cuidado amoroso y constante de Dios. También me aferré a la idea de que la materia no tiene sensación. Yo había aprendido esto último cuando leí en Ciencia y Salud sobre una niña que se había lastimado el dedo, y que había sanado rápidamente porque sabía que esa declaración era verdad. Véase pág. 237.
Aunque sólo tenía diez años, era lo suficientemente grande para saber que no se podía confiar en los sentidos físicos, porque fácilmente nos podían engañar. Sabía que la materia no puede hablar, que no puede decirnos que hay dolor. Sólo es nuestro pensamiento el que hace que el dolor parezca real. Pero si nos negamos a escuchar al pensamiento de dolor y confiamos en que Dios nunca permite que Sus hijos sufran, entonces, el dolor desaparecerá. Ciencia y Salud lo explica diciendo “Los sentidos del Espíritu están sin dolor y siempre en paz”.2 Al orar, estaba apartándome de lo que los sentidos físicos decían, y confiando en el sentido espiritual, que no percibe ni expresa nada que sea desemejante a Dios.
Muy pronto, el dolor cesó, y pude orar más tranquilamente. Estaba muy agradecida porque mi familia permaneció todo el tiempo en calma. Ellos estuvieron orando en silencio, sin correr de un lado a otro con ansiedad y sin tocarme. Pude sentir la inspiración y el consuelo de sus oraciones. Pronto regresé a la mesa para comer. Ninguno miró la pierna. Todos confiamos en que, dado que Dios siempre gobierna, realmente nunca pudo haber ocurrido un accidente.
A la mañana siguiente, todos nos levantamos felices para iniciar nuestro viaje. Yo no pensé en mi pierna sino hasta que ya habíamos recorrido muchos kilómetros. Cuando lo hice, no podía decir en cuál de ellas se había derramado el guisado hirviente, pues no había ninguna evidencia de quemadura.
El último capítulo de la Biblia habla sobre la respuesta de Dios a las, así llamadas, emergencias. Se refiere al "árbol de la vida", cuyas hojas, explica su autor, “eran para la sanidad de las naciones”.Ciencia y Salud, págs. 214-215. En Ciencia y Salud leemos: “El árbol simboliza al Principio divino del hombre, y ese Principio es suficiente para cualquier emergencia, ofreciendo salvación plena del pecado, la enfermedad y la muerte”. Apocalipsis 22:2.
Cada uno de nosotros puede encontrar el consuelo inmediato y la curación que provienen de confiar tranquilo en Dios, que, ciertamente, “es suficiente para cualquier emergencia”.