Cuando nuestra hija menor estaba por nacer, en 1998, llevé a mi esposa a una clínica de maternidad, situada a unos dos kilómetros del lugar donde vivimos. La dejé allí alrededor de las nueve de la noche y regresé a casa.
A la mañana siguiente, cuando volví a la clínica, una de las parteras me dijo que el bebé no estaba en la posición correcta y que sería necesario hacerle una cesárea.
Me preocupé mucho y no sabía qué hacer. Pero entonces pensé: "Si mi esposa es una idea de Dios, ¿para qué necesita cirugía?" Nada de esto le comenté a la partera.
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