A finales de los años ochenta, empecé a percatarme de que tenía problemas de memoria muy particulares, que iban más allá de olvidar ocasionalmente un nombre o dónde había dejado algo. En 1991, busqué la ayuda de un grupo que hacía estudios de investigación de la memoria, el que me dio el aterrador diagnóstico de que padecía demencia senil prematura, y me hicieron tomar parte de un estudio para probar la eficacia de una fórmula que consistía principalmente de una preparación de hierbas china.
Mi memoria mejoró notablemente, pero en el siguiente par de años se presentaron varios problemas físicos que me causaron angustia. Primero, tuve dolores de espalda y espasmos musculares, después tuve dolor debilitante en los pies, caídas frecuentes y ciática, todo lo cual finalmente fue atribuido al deterioro de los discos vertebrales. Posteriormente, también padecí otros problemas físicos, entre ellos, prolapso de la válvula mitral, enfermedad fibrocística, una enfermedad del hígado, artritis, diabetes incipiente, e hipotiroidismo.
Acosada por el dolor y la fatiga, paulatinamente abandoné casi toda actividad fuera de casa. Aún asistía a la iglesia episcopal, donde era miembro de la junta parroquial, pero había ocasiones en las que tenía que salir a mitad del servicio o de la reunión, debido a los malestares físicos. Mi vida se transformó en una sucesión de ingestión de medicamentos y de visitas a especialistas.
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