Soy el hijo mayor de una familia musulmana, y cuando era jovencito estudié un tiempo en una escuela islámica. En 1997, cuando estaba en el segundo año de la facultad de derecho, me puse a pelear con otro estudiante, y fui condenado a cinco años de prisión, por "intento de asesinato"; el otro estudiante había hecho una declaración falsa en mi contra para defenderse.
Fui a dar a la prisión, sin estar preparado para ella. Yo siempre había dicho que el ir a prisión era el resultado natural de llevar una vida al margen de la ley. Ése no era mi caso. Entonces me rebelé. Me rebelé contra todo y contra todos, contra los magistrados que ciertamente habían percibido la verdad en mi caso, pero me habían sentenciado de todos modos, y especialmente contra mi compañero por haber mentido. Mi corazón estaba lleno de odio hacia él. Yo también tenía que descubrir cómo iba a enfrentar y a adaptarme al ambiente tan hostil y violento de la prisión. Entonces comencé a involucrarme en peleas para hacerme un lugar dentro de la cárcel. Lo irónico de todo esto es que la prisión y el campus de la universidad son establecimientos vecinos, y durante los dos años que había estado en la universidad, jamás me había preguntado cómo sería la vida en esa penitenciaría (se podía visitar a los detenidos). Entonces pensé que se me estaba castigando por mi indiferencia.
Habían pasado dieciocho meses de encarcelamiento cuando una noche que estaba escuchando la radio me sentí conmovido por un programa y decidí que "dedicaría mi vida a Jesús". Nunca imaginé las consecuencias que tendría esta decisión. Durante meses se lo oculté a mi familia cuando venían a visitarme. Pero uno no puede ocultar "una ciudad asentada sobre un monte".Mateo 5:14.
De manera que un día vino un primo a visitarme y le hablé sobre esta vida nueva que estaba llevando. Cuando mi familia se enteró me dio un ultimátum; tenía tres meses para renunciar a mi nueva fe. Cuando vieron que permanecía firme en mi posición, cortaron toda relación conmigo, situación que perdura hasta hoy.
Me dieron un ultimátum.
Me invadieron pensamientos nefastos. Entonces un día, dos representantes de la Cruz Roja vinieron en una visita de inspección y uno de ellos me dio un Heraldo de la Christian Science en francés. Yo jamás había escuchado hablar de la Christian Science. Leí distraídamente algunos artículos, pero cuando llegué a la sección de "La curación mediante la oración", comencé a prestar más atención. Después de leerlo tenía muchas preguntas pero, ¿a quién se las iba a hacer? El hombre que me había dado el Heraldo sólo se había quedado unas horas en la prisión. Entonces les pregunté a mis compañeros cristianos. Pero ninguno de ellos sabía nada de esta religión, excepto uno que sólo tenía una vaga idea de haber escuchado una o dos transmisiones de radio de la Christian Science, cuando estaba todavía libre. Yo decidí escribir a una de las direcciones que aparecían listadas en la parte de atrás del Heraldo. Mi país, la Costa de Marfil, no figuraba en la lista, de modo que le escribí a un practicista de la Christian Science en Francia.
La disposición, el cuidado y el amor que esta practicista me demostró fueron las primeras impresiones que recibí de la Christian Science. Yo nunca había estado expuesto a esto antes. No podía recibir Ciencia y Salud porque hubiera tenido que pagar un impuesto al recibirlo y no tenía dinero. No obstante, esta practicista puso el libro en mis manos... capítulo por capítulo, insertando las páginas en las cartas que me enviaba hasta que tuve todo el libro. Comencé a leerlo con mucha avidez. En prisión uno tiene mucho tiempo...
Cuando le escribía a la practicista le hacía muchas preguntas. Y siempre me sentía satisfecho con las respuestas. Comencé a conocer mi verdadera identidad como hijo de Dios gracias a la Christian Science. Descubrí que los muros de la prisión jamás me habían separado de Dios. Sin darme cuenta, y de una manera muy espontánea, mi comportamiento comenzó a cambiar. Fue como si algo que siempre había sido verdad acerca de mí hubiera salido a la superficie para expresarse. Los otros detenidos se mostraron muy sorprendidos cuando dejé de reaccionar a cada provocación, y empecé a compartir mis raciones de comida con los más necesitados. Ahora veía a todos los demás como creaciones perfectas del Amor divino. Muy pronto la hostilidad que manifestaban los otros contra mí se transformó en simpatía. Comprendí que yo era una pequeña luz que Dios había creado para que creciera e iluminara el mundo a mi alrededor. El rencor y la cólera que sentía desaparecieron. Y ahora cada vez que pensaba en el estudiante que había provocado mi encarcelamiento, quería abrazarlo.
Fue entonces que enfermé gravemente. Como comprendía que la oración podía sanarme por completo, no quise que me dieran tratamiento médico, pero me sentía demasiado débil como para protestar cuando me llevaron a la enfermería. De hecho, los armarios de medicamentos estaban vacíos y no me pudieron dar nada. De modo que me sumergí completamente en el estudio de Ciencia y Salud y de los Evangelios. Comencé a rebelarme mentalmente contra la enfermedad. Jesús dice: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida",Juan 14:6. de manera que la enfermedad nunca es el camino, pensé. Y en Ciencia y Salud leí: "...la enfermedad no puede llevar sus nocivos efectos más allá del camino trazado por la mente mortal".Ciencia y Salud, pág. 176. Después de un tiempo mejoré, pero luego tuve una recaída. Fue entonces cuando recibí un número del Heraldo que tenía el título "La curación espiritual, una renovación para todos" (Héraut, Febrero 2000). Me impresionó lo que leí y pensé en ello hasta que pude salir de la enfermería, sano.
Empecé a contarles a todos los que me rodeaban sobre la Christian Science. Y muy pronto se formó un grupo. Mi nueva actitud me había ganado el favor de los guardias de la prisión, así que al grupo se le permitió reunirse una vez a la semana por una hora. De cinco miembros que éramos al principio, muy pronto pasamos a ser once, y luego quince.
Nuestro grupo tuvo su primera curación cuando un miembro sanó de una hernia estrangulada. Un día, al notar su ausencia, cuatro miembros y yo le pedimos permiso a un guardia para buscar a este compañero en su celda y traerlo a nuestra "iglesia" (un depósito sucio y lleno de polvo, sin sillas). Allí le hablé sobre la manera en que Dios realmente lo veía, cuánto lo amaba y que lo había hecho perfecto a Su semejanza espiritual. Muchos guardias estuvieron presentes durante esa reunión. El dolor disminuyó y él pudo estirarse y levantarse, porque había estado doblado y acostado en el polvo. Después que le leí algunos pasajes de Ciencia y Salud, el dolor desapareció completamente. Nunca volvió a sufrir de ese problema, aunque antes le había afligido varias veces por semana.
Me había ganado el favor de los guardias.
Esta curación fortaleció nuestra fe y fue la catálisis para otras curaciones. La noticia se difundió por toda la prisión. Entonces uno de los guardias que había estado presente durante esa reunión nos trajo a su madre a la prisión. Ella tenía cataratas y estaba casi ciega. Yo le leí y le expliqué algunos pasajes de Ciencia y Salud. Ella no entendía francés, pero su hijo se lo traducía a su dialecto. Ella escuchaba con mucha atención. Todo el grupo oró por ella. En ese momento nada ocurrió. Pero todos teníamos la certeza de que ella sanaría. Al día siguiente, su hijo vino a abrirnos las celdas. Nos reunimos en nuestra "iglesia". Con lágrimas en los ojos, declaró que su madre ahora podía ver claramente. Él había gastado grandes sumas de dinero para cuidar de ella, sin ningún resultado. Hubo muchas otras curaciones porque cuanto más agradecidos estábamos a Dios por lo que Él hacía, más se manifestaba Su amor.
Ya hace dos años que salí de la prisión, y gracias a un perdón presidencial, no tuve que servir toda mi sentencia, sino sólo cuatro de los cinco años. Nuestro grupo tenía 35 miembros y 29 de ellos fueron también perdonados.
Hoy vivo en libertad y en paz, y tengo muchos amigos. Me siento muy agradecido a Dios y a la practicista por su paciencia y oración. Al ver todo en retrospección, me doy cuenta de que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien",Romanos 8:28. y que Él me dio la oportunidad de encontrar, en el corazón mismo de esa dolorosa situación, Su profundo amor y apoyo, que está siempre a nuestro alcance.