Hoy en día, en muchos lugares el martillo de la justicia a menudo sigue sin escucharse, acallado en incontables ocasiones por el pesado paso del la tiranía y de la injusticia. No obstante, la justicia es la esencia misma de la ley, especialmente de la ley divina. Y la ley divina es aquella que nos guía a cada uno de nosotros bajo el buen gobierno de Dios.
Cuando nuestros corazones están a tono con nuestros hermanos y hermanas de alrededor del mundo, instintivamente anhelamos responder a su pedido de ayuda dondequiera que la injusticia, el abuso y la opresión parezcan reinar.
Cuando yo era adolescente vivía en Argentina y no pensaba mucho en la ley y en la justicia. Estaba ocupada con la escuela, mis amigos y la hermosa ciudad en que vivía. De pronto, sin embargo, me vi cara a cara con la injusticia y sus dolorosos efectos, cuando el hermano de una compañera de escuela desapareció después de unirse a una protesta estudiantil. Estuvo ausente seis meses. Sus padres estaban desesperados. No tenían idea de lo que le había ocurrido a su hijo, y estaban muy al tanto de los muchos raptos políticos que ocurrían en aquella época.
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