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Artículo de portada

Cuando la justicia parece inalcanzable

Del número de enero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hoy en día, en muchos lugares el martillo de la justicia a menudo sigue sin escucharse, acallado en incontables ocasiones por el pesado paso del la tiranía y de la injusticia. No obstante, la justicia es la esencia misma de la ley, especialmente de la ley divina. Y la ley divina es aquella que nos guía a cada uno de nosotros bajo el buen gobierno de Dios.

Cuando nuestros corazones están a tono con nuestros hermanos y hermanas de alrededor del mundo, instintivamente anhelamos responder a su pedido de ayuda dondequiera que la injusticia, el abuso y la opresión parezcan reinar.

Cuando yo era adolescente vivía en Argentina y no pensaba mucho en la ley y en la justicia. Estaba ocupada con la escuela, mis amigos y la hermosa ciudad en que vivía. De pronto, sin embargo, me vi cara a cara con la injusticia y sus dolorosos efectos, cuando el hermano de una compañera de escuela desapareció después de unirse a una protesta estudiantil. Estuvo ausente seis meses. Sus padres estaban desesperados. No tenían idea de lo que le había ocurrido a su hijo, y estaban muy al tanto de los muchos raptos políticos que ocurrían en aquella época.

Este incidente cambió notablemente el concepto tan inmaduro que yo tenía de la ley y la justicia, y sus opuestos. Se podría decir que maduré de golpe. Tiempo después, el hermano de mi amiga reapareció, pero nunca contó nada de lo que le ocurrió. El temor y las amenazas lo habían literalmente silenciado.

Interiormente, protesté contra la injusticia y la crueldad que le habían infligido a ese muchacho, protesté contra la impotencia e intimidación que tuvo que vivir su familia, e incluso contra lo que yo veía como mi propia impotencia. Me tomó varios años comenzar a comprender que en realidad yo no tenía razón para sentirme impotente, puesto que la oración es una herramienta poderosa para superar la injusticia, la desigualdad y la desesperanza. La oración tiene el poder necesario para desarraigar esos males de nosotros mismos y de los demás, y plantar en su lugar las semillas de la verdadera justicia.

Cuando leo en la Biblia las experiencias de hombres y mujeres buenos que fueron víctimas de la crueldad o del odio, y que triunfaron en las circunstancias que se vieron obligados a vivir, pienso en José, en el Antiguo Testamento. Sus hermanos lo vendieron como esclavo, fue acusado falsamente y condenado y puesto en prisión. No obstante, él mantuvo su fe en la ley de justicia de Dios. Me di cuenta de que, a pesar de toda esa injusticia, José nunca cedió a los deseos de castigo, venganza, e incluso desaliento. Por el contrario, él se esforzó por expresar más compasión, perdón y amor y cumplir así la ley de Dios. De esto he aprendido que la ley de justicia y misericordia divinas van mucho más allá de las fallas y vicisitudes de la ley humana. Esta ley divina, ordenada y sostenida por Dios, el Principio divino del universo, siempre opera a nuestro favor, ya que no está sujeto a ninguna voluntad humana inferior. Esta ley puede realmente restaurar el bien que parecemos haber perdido, ya sea salud, libertad o el derecho a tomar las decisiones correctas.

Años después, cuando llegué a conocer mejor las Escrituras, descubrí un versículo corto del Antiguo Testamento que resume la naturaleza de la justicia suprema de Dios. El profeta Isaías dice así "Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará".Isaías 33:22. Cuando leí estas palabras por primera vez sentí como si hubiera encontrado un arroyo de agua fresca después de una larga caminata por las montañas. En medio de los gritos de injusticia y sufrimiento, es reconfortante y sanador recordar que es Dios, infinitamente misericordioso, quien guía nuestros pensamientos y acciones hacia la justicia y la paz. Él es el legislador; Sus leyes son justas y equitativas. Nada se puede oponer a ellas, puesto que Él constituye todo el poder que existe.

La oración tiene el poder para desarraigar el mal.

Fue Jesús, quien, muchos siglos después, dio la prueba práctica de las palabras de Isaías. Y lo hizo con un amor absolutamente compasivo; restaurando la salud a los enfermos y sufrientes, restableciendo la pureza y la inocencia donde parecía existir un sentimiento de culpabilidad, y amando, atesorando y alimentando a aquellos que se sentían abandonados y privados de sus necesidades. Jesús decía que la ley de misericordia de Dios es un recurso eficaz. Pero, a pesar de ello, nunca justificó ni condonó la maldad. En cambio, enseñó a quienes lo escuchaban a traer a sus propias vidas la gracia salvadora y restauradora de la ley divina. Para muchos, esto se resume en las palabras tan claras de Jesús que han llegado a conocerse como La Regla de Oro: "Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas".Mateo 7:12. Una regla que, incidentemente, es practicada en muchas tradiciones religiosas en todo el mundo.

Más recientemente, Mary Baker Eddy, incansable defensora de los derechos humanos, tuvo que luchar contra muchas injusticias en su vida. No obstante, hizo mucho más que eso, abogó por el derecho divino que tienen mujeres, hombres y niños de todo mundo, de ser sanos y libres y de ocupar un lugar en la sociedad. En su libro, Ciencia y Salud, ella habla con vehemencia sobre el derecho que tiene cada individuo a la libertad, por ser el amado hijo de Dios. Con el constante deseo de ayudar a los oprimidos y agobiados, ella proclamó la necesidad de "Un cristianismo más elevado y más efectivo, que demuestra justicia y satisface las necesidades de los mortales, estén enfermos o sanos..."Ciencia y Salud, pág. 224.

Con la obra de su vida, la fundadora de esta revista probó para todo el mundo que cuando se sana la enfermedad mediante medios espirituales, se hace justicia. Cuando una familia que está a punto de dividirse es fortalecida y se vuelve a unir, se hace justicia. Cuando el futuro de un niño es redimido a través de los esfuerzos de personas generosas, se hace justicia. Cuando un prisionero siente el consuelo del Cristo allí mismo en la celda de la prisión, se hace justicia.

Este mes el Heraldo comienza a publicar un enfoque especial sobre el tema de la justicia. El mismo nos invitará a cada uno de nosotros a pensar profundamente en nuestro derecho divino a ser sano, a tener un propósito en la vida, a la justicia y a la libertad. El personal del Heraldo confía en que esta serie de artículos lo harán reflexionar y lo elevarán espiritualmente.

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