Cuando mi hija Kirstene tenía seis años el director de la escuela me llamó un día por teléfono. Me preguntó si ella había mostrado alguna vez vaguedad en su actitud o vacío mental. Cuando le dije que no, me sugirió que fuera a la escuela. Ella no estaba actuando normalmente. El director me dijo que necesitaba llevarla al médico de inmediato.
Al ver a Kirstene, no dio señal de que me reconociera y no habló. Cuando la tomé de la mano estaba flácida y sin vida. Pero ella pudo caminar hasta el auto y entrar sin ayuda.
Ni bien me encaminé rumbo a casa, recurrí a Dios en busca de ayuda. Yo sabía que Él estaba con nosotros, y que podía sanar a esta niña. De modo que mientras manejaba, le recordé las primeras cosas que ella había aprendido en la Escuela Dominical. Que Dios es Amor. Que Dios la amaba. Que Él la había hecho a Su imagen. Esto quería decir que era la hija misma de Dios, y estaba segura bajo Su cuidado.
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