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Artículo de portada

Cómo la alegría superó las limitaciones

Del número de enero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sí, por supuesto, hay cosas que para mí son más difíciles de hacer que para otros, o que simplemente tengo que hacer de diferente manera. Por ejemplo, cuando voy de compras no puedo llegar a los estantes más altos, entonces le pido a alguien que me ayude y le doy las gracias.

En mi casa, por ejemplo, hemos arreglado los aparadores de la cocina de manera que todas las cosas que uno necesita a diario, como tazas, platos, vasos, ollas, etc., estén más abajo. O sea que en mi vida diaria todo funciona bien. Cuando pienso en ello, me doy cuenta de que para mí las cosas no son tan diferentes, o por lo menos, eso es lo que siento yo.

Dejé de mirar el cuerpo y comencé a buscar las cualidades derivadas de Dios.

Hay un versículo de los Salmos que en ocasiones me ha ayudado mucho: "Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien".Salmo 139:14.

En la Escuela Dominical aprendí que hay una diferencia entre lo que "mis ojos ven" y lo que "mi alma sabe".

Pero la situación se volvió mucho más simple cuando percibí que yo no podía disculpar todo lo que no me gustaba en la vida con el hecho de que soy más bajita que lo "normal". Entonces dejé de sentirme impotente y a merced del destino. Comencé a darme cuenta de que había muchas razones por las que las cosas en mi vida eran diferentes a como yo quería que fueran. Y que esas razones no sólo me afectaban a mí sino a muchas otras personas también.

Al mismo tiempo noté que yo podía hacer cosas que otras personas no podían hacer tan bien. Por ejemplo, a mí siempre me resultó fácil aprender. En realidad nunca tuve problemas en la escuela o en la universidad. También siempre me ha sido fácil acercarme a otras personas e iniciar una conversación con ellas, algo que en mi profesión es fundamental.

También es muy importante que haya aprendido a regocijarme al ver las habilidades que tienen los demás sin sentir envidia. Cuanto más aprendo eso, más satisfecha y feliz me siento y descubro cada vez más cosas que puedo hacer bien. También es divertido ayudar a los demás a descubrir lo que ellos pueden hacer bien.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud, en respuesta a la pregunta ¿Qué es el hombre?: "El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu. El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana. El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico. Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas; el término genérico de todo lo que refleja la imagen y semejanza de Dios; la consciente identidad del ser como se revela en la Ciencia, en la cual el hombre es el reflejo de Dios, o Mente, y, por tanto, es eterno; lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee, de sí mismo, no vida ni inteligencia ni poder creativo, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor".Ciencia y Salud, pág. 475.

Luego dejé de mirar el cuerpo, y comencé a buscar las cualidades derivadas de Dios. Y lo hice no sólo en relación a mí misma, sino también en relación a todas las personas que me rodean. Y así fue como encontré maravillosas cualidades tanto en mí como en los demás, tales como franqueza, alegría, amor, inteligencia, paciencia, creatividad, ecuanimidad, sentido de justicia, humor y espontaneidad.

Cuanto más pensaba en Dios y en la oración, tanto más comprendía el papel que la alegría juega en la misma y lo que es en realidad. En 1 Tesalonicenses 5:16, 17, dice que debemos orar sin cesar y regocijarnos siempre. Al principio pensé que Dios demandaba muchísimo de nosotros: Estar siempre contentos y orar todo el tiempo... Pensaba que valía la pena esforzarse por estar siempre feliz, aunque era bastante difícil hacerlo. Pero orar todo el tiempo... eso sí que era un verdadero desafío. Honestamente pensaba que parecía un poco aburrido y no muy deseable.

Cuanto más pensaba en este pasaje, más naturales se volvían para mí estas demandas que Dios nos impone. Me di cuenta de que la alegría no sólo es una de Sus exigencias, sino también una promesa de que podemos estar siempre alegres y siempre podemos orar.

Hoy la oración es para mí un momento específico en el día cuando recurro a Dios. Pero esto es tan sólo un aspecto de la misma. Reconocer la voluntad de Dios y vivir de acuerdo con ella, actuando en armonía con Él, es otra dimensión de lo que la oración significa para mí. Y esto es algo que siempre puedes hacer, vivir en armonía con Dios.

Es fácil para mí estar feliz porque sé que la alegría viene de Dios y Él me hace sentir así. Esto es algo que entiendo cada vez mejor. Hay infinitamente tanto por lo que podemos estar contentos. Sólo tienes que encontrarlo y estar dispuesto a regocijarte por ello.

A menudo es fácil pensar "cuánto me gustaría dejar de trabajar y poder ir a la playa con mis amigos, entonces sería feliz automáticamente, entonces todo estaría muy bien".

Sin embargo, no es tan simple. En ocasiones, he hecho precisamente lo que pensaba que sería divertido, y resultó simplemente agradable o incluso aburrido. Y en otras oportunidades he estado en situaciones en las que he sentido una alegría indescriptible, sin que hubiera ninguna causa externa para ello.

La alegría ya no depende de personas o circunstancias. La verdad es que me puedo regocijar en todas partes. Como es natural, me siento feliz cuando estoy con otras personas, también, pero no espero que la alegría provenga de ellas, estoy consciente de que Dios nos creó a todos. A través de esta relación con el Creador es posible sentirse feliz con todos.

En una ocasión, un niño pequeño me enseñó una gran lección sobre la alegría. Fue en una época en que yo tenía que estudiar muchísimo para mis exámenes y realmente no tenía ningunas ganas de hacerlo. Entonces me puse a observar a un niño que estaba muy contento porque podía gatear y abrir una puerta. Se sentó en el suelo e hizo oscilar la puerta de un lado a otro mientras se reía; era una imagen de total alegría, simplemente por el hecho de que había aprendido, una vez más, algo nuevo. Y me di cuenta de que yo me podía sentir feliz cuando aprendía cosas nuevas; ¡y había tantas por aprender! Fue mi decisión estudiar derecho, y me sentí contenta por la oportunidad de estudiar y llegar a ser juez. A partir de entonces conscientemente estudié con alegría y ya no me sentí irritada, sino agradecida porque se me había permitido estudiar. La situación externa no había cambiado, todavía tenía que estudiar muchísimo para los exámenes, pero mi actitud hacia ese deber era ahora diferente.

Me esfuerzo cada vez más por hacer todo con alegría. No siempre lo logro, y a veces me siento molesta o no tengo ningún entusiasmo. Pero a esta altura ya aprendí que Dios nos ha dado el derecho de ser feliz y yo lo reclamo para mí, de la misma forma que conozco mis otros derechos y exijo que se cumplan.

A veces ocurre que me presentan a una persona que no conozco, digamos en una fiesta, y al preguntarme mi profesión se queda muy sorprendida. Por lo general, es una combinación de asombro y respeto. Como es natural, la mayoría de la gente tiene una imagen diferente de un juez. Pero yo ya he aprendido a reírme y a decir: "Claro, soy juez, y puedo celebrar audiencias, hablar con la gente, leer los casos y pronunciar sentencias como los demás". Entonces, generalmente, ellos también se ríen.

Yo sé que la gente siente un poco de curiosidad cuando me ve. Pero eso no me molesta, trato de actuar normalmente y de hacer que las personas que me rodean me traten normalmente. También sé que casi todos los que vienen a la corte a presentar un caso y se presentan ante mí, ya sean abogados o las partes mismas, se sienten sorprendidos. Pero como yo comienzo de inmediato con las actuaciones y a hablar sobre el caso, muy pronto se dan cuenta de que conozco mi trabajo tanto como cualquier otro. Entonces tienen que actuar y ya no tienen tiempo para preguntarse nada.

Sin embargo, he tenido que lidiar con un tipo diferente de prejuicio, el que yo tenía contra mí misma, y las cosas que pensaba que no podía hacer. Tuve que superar esas limitaciones que me hacían sentir envidia de otras personas, porque yo pensaba que ellas podían hacerlas y yo no. Como es, por ejemplo, bailar, ir de caminata, o ser consejera en un campamento.

Sucedió que hace unos años una amiga me llamó y me pidió si podía sustituirla en un campamento de verano. Acordamos que me tomaría unos días para pensarlo. Oré y me sentí muy contenta. Como me sentía tan feliz, estuve de acuerdo en hacerlo, sin imaginar lo que eso entrañaba.

Supe que esa alegría era el mejor punto de partida. Que todo lo demás se volvería muy claro, y así fue. Fue maravilloso el tiempo que pasé con los chicos y los otros consejeros, y esta conexión con Dios y la alegría que experimentaba desde el principio, las continué sintiendo durante todas las vacaciones. Cuando surgían problemas, siempre podíamos resolverlos con la ayuda de Dios.

Supe que la alegría era el mejor punto de partida.

Los niños a veces me ven, se me acercan y simplemente me preguntan, ¿Por qué eres tan pequeña? Al principio acostumbraba a darles una explicación larga y complicada, pero luego tomé el hábito de responder "Porque dejé de crecer". Y la verdad es que los chicos siempre se quedan satisfechos con esa respuesta corta y simple. A veces incluso consideran que es práctico que no tengan que mirar tanto hacia arriba para conversar con un adulto.

Uno de los niños en el campamento después de varios días me dijo: "¿Sabes?, muchas veces me olvido de que eres más pequeña". Como es natural, me sentí feliz de escuchar esas palabras, pues es exactamente lo que me gusta, que la gente que me rodea me trate normalmente.

Sí, soy feliz y disfruto de la vida como es ahora. Estoy agradecida a Dios por tener una familia amorosa, muchos amigos, y una profesión que me da grandes satisfacciones. Esto no quiere decir que no tenga ideas sobre cómo pueden todavía cambiar las cosas. Pero por ahora, he aprendido que uno tiene permitido contarle a Dios sus deseos, y sentirse satisfecho con lo que tiene.

Es muy útil pensar en todo lo que uno posee y de cuánto puede estar agradecido. Y eso es, por lo general, un montón.

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