El dorado de las hojas se destacaba contra el azul intenso del cielo. Era sábado por la mañana, y yo iba de camino a la iglesia a poner las flores para el servicio del domingo. Me sentía muy contenta e inspirada. Iba cantando himnos, cosa que no hago siempre. Entonces observé el camino que tenía delante. Los rayos del sol se filtraban a través de las copas delos árboles. En ese tramo el camino es angosto y tiene muchos árboles a ambos lados que en esa época, por ser otoño, forman un recorrido maravilloso de naranjas, amarillos, rojos, verdes y ocres.
Muchos de ellos son arces que en esta región de Nueva Inglaterra se destacan mucho porque, debido al alto contenido de azúcar que tienen sus hojas, adquieren unos tonos increíbles. Cuando de pronto el viento aumentó un poco y una lluvia de hojas de todos colores se presentó ante mi vista y literalmente fue bañando el auto por un largo recorrido. Fue un espectáculo muy bello que me llenó de alegría.
Al instante pensé: "¡Qué lástima que tengan que perder sus hojas! Ahora sólo van a quedar troncos y ramas desnudas, como sin vida..." Casi de inmediato me vino otro pensamiento que fue toda una revelación para mí. Pensé que si bien los árboles iban a parecer como secos y sin vida, en realidad se estarían preparando para recibir las flores y hojas nuevas que saldrían en la primavera. Es decir, que el proceso de limpieza que se produce durante el otoño al desechar las hojas secas y viejas, va preparando las plantas para una renovación.
También me di cuenta de que eso es precisamente lo que ocurre en mi pensamiento. A veces, guardo pensamientos o creencias que fueron buenos por un tiempo de acuerdo con la manera de pensar que tenía. A mí me gusta pensar que cumplieron con su propósito. Pero cuando empiezo a espiritualizar mi pensamiento y a comprender mejor a Dios y mi relación con Él, me doy cuenta de que hay muchos conceptos que ya no necesito guardar. Es allí cuando comienzo a desechar los pensamientos equivocados que tengo acerca de mí misma, y de los demás, como un ser mortal y material, para prepara el pensamiento y recibir las nuevas ideas que Dios me va enviando, y que me dicen que yo y todos los demás somos espirituales y perfectos. Cristo Jesús enseñó esto al decir: "Nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar".Marcos 2:22.
La renovación del pensamiento es algo muy natural en la vida, y es producto de nuestro desarrollo espiritual. Hace unos años tuve una experiencia que me ayudó mucho a esforzarme aún más por espiritualizar y renovar mi pensamiento. Una mañana me estaba bañando cuando descubrí que tenía un pequeño bulto en la parte baja del vientre. Como es mi costumbre cada vez que enfrento algún desafío, empecé a orar insistiendo en que, como hija de Dios, no podía tener ningún elemento que no fuera bueno. Terminé de arreglarme y me fui a trabajar.
Ahora bien, yo soy redactora de esta revista religiosa y acostumbro a hacer entrevistas a personas de distintas partes del mundo quienes me cuentan sus experiencias personales, y esa mañana había hecho arreglos para grabar una conversación con una señora que había sanado de varias enfermedades, una de ellas muy seria, gracias a su estudio de la Christian Science. Durante la charla ella me contó que a su nietita, que era una beba casi recién nacida, le habían descubierto un bulto en el pecho y que cuando su mamá la llevó al médico éste le confirmó que, de no desaparecer el bulto, habría que operarla. Esta señora comenzó a contarme todas las verdades espirituales acerca de la niña que ella había compartido con su hija al enterarse de la situación. Ella insistía en que la beba era inocente y, por tanto, pura, porque Dios la había creado espiritualmente. Por esa razón no podía tener ningún elemento que no le perteneciera porque la creación divina como nos dice la Biblia es perfecta, "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera".Génesis 1:31. Hablaba con tanta vehemencia y convicción que inmediatamente me di cuenta de que ella, sin saberlo, estaba orando por mí, describiendo mi propio ser como espiritual y perfecto. Cuando colgué el teléfono, sonreí. Para mí fue muy claro que Dios tenía algo que ver con todo esto, porque fue como si hubieran venido con un aventador y barrido todas las hojas extrañas que pudiera haber tenido en mi pensamiento.
Al día siguiente, confirmé llena de alegría que el bulto había desaparecido. Las verdades que aquella señora había expresado, insistiendo en que la Creación de Dios, incluso el hombre, es completa y perfecta, habían contribuido a cambiar mi pensamiento. Me sentí parte de esa creación, protegida y rodeada del amor de Dios, y como resultado el problema físico desapareció y se manifestó la salud.
El libro de Eclesiastés en la Biblia nos da una vislumbre de esta perfección espiritual cuando dice: "He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá..."Eclesiastés 3:14. Y Mary Baker Eddy destaca esto cuando escribe en su obra Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "Tened presente la realidad del ser — que el hombre es la imagen y semejanza de Dios, en quien toda la existencia está exenta de dolor y es permanente. Recordad que la perfección del hombre es real e intachable..."Ciencia y Salud, pág. 414. De esto deduzco que el hombre está siempre espiritualmente en el punto exacto de la perfección.
El hombre está siempre en el punto exacto de la perfección.
Así como los árboles se despojan de sus hojas en el otoño, nosotros podemos comenzar a desechar los pensamientos que limitan nuestro progreso. Pensamientos que nos dicen que nunca sanaremos de una enfermedad, que nunca lograremos nuestros sueños, que jamás podremos superarnos; pensamientos que tratan de desalentarnos cada vez que comentamos nuestros planes para hacer algo diferente en la vida.
¿Te preguntas qué pensamientos desechar? Dios te los irá revelando. Así que vamos, ¡manos a la obra! No hay un minuto que perder.