Era una situación muy difícil. Mi hija, estudiante universitaria, había dejado de comer; tan sólo bebía agua. Yo sabía que no podía seguir así. Si bien tenía un gran deseo de ayudarla y confiaba plenamente en su capacidad de sanarse mediante la oración, como siempre lo había hecho, nunca antes me había visto frente a una circunstancia similar. Su curación parecía estar fuera de mi alcance.
Meses antes, había encontrado un versículo en el Evangelio según Lucas, en la Biblia, que me había llamado mucho la atención, pues sentí que contenía un mensaje importante para mí. El mismo se refiere a las siguientes palabras de Jesús a sus discípulos: "En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante". Lucas 10:8.
Durante varios meses reflexioné sobre el significado de esas palabras y encontré la forma de aplicarlas de manera eficaz a mi práctica sanadora. Entonces, un día, ya enfrentada al problema de mi hija, adquirieron una nueva y original dimensión, aunque parecían no tener relación con su trastorno alimenticio.
Mientras tanto, su condición se había agravado y yo estaba cada vez más preocupada. Si bien ella me pidió que habláramos y compartiéramos ideas y verdades espirituales, parecía que no eran suficientes para sanarla. Aquel día fui a mi oficina, me dejé caer en una silla, apoyé los pies sobre un banco y me dispuse a escuchar a Dios, en busca de un mensaje sanador que calmara mi temor. Poco me sorprendió volver a oír, aún más claramente, las mismas palabras: "Comed lo que os pongan delante". Esta vez, no obstante, sentí que la palabra "os" tenía especial importancia.
Comencé a pensar cómo podía aplicar ese versículo a la situación que estaba viviendo. Durante los meses que vi cómo se deterioraba la salud de mi hija, noté que se me había irritado la piel en uno de los pies. Yo no le presté atención y la irritación se agravó y se extendió. Yo había estado tan preocupada por mi hija, que me había olvidado de orar por mí misma. Entonces me di cuenta de que necesitaba sanar lo que estaba delante de mi vista (literalmente) en ese mismo momento. Comprendí que no había orado por mí misma esperando el momento en que mi hija se sanara, y que creer (consciente o inconscientemente) que el mal es legítimo era un gran error. Percibí que el mandato de Jesús era que sanara lo que estaba delante de mí, en "mi plato" de pensamiento, que incluía las siguientes creencias:
1. Que los errores tienen propietario.
El problema de "mi" hija, "mi" irritación, etcétera. Me di cuenta de que, en vez de volverme a Dios en busca de inspiración, había estado dando vueltas con estas dificultades en lugar de encontrar una solución. Al creer que los problemas son personales centramos nuestra atención en ellos. En realidad, son opuestos a la forma en que Él ve a Su creación, que es perfecta, espiritual y completa, libre de inconvenientes y divinamente amada. Yo sabía que mediante la oración podría ser testigo de la ley de armonía de Dios siempre en acción en todas partes.
Necesitaba sanar lo que estaba delante de mi vista.
2. Que al observar la materia podía encontrar algo verdadero. La materia no define ni al hombre ni a la mujer espirituales y reales, que Dios creó. El Espíritu, cuyas ideas son impecables, sí los define. Por lo tanto, me di cuenta de que sería contraproducente recurrir a algo aparte de Dios para comprender la realidad. Era imprescindible que yo viera lo que Dios estaba viendo, es decir, a mi hija y a mí hechas a Su imagen y semejanza. La Biblia enseña que Dios creó al hombre para que fuera semejante a Él — espiritual y completo — y que el Creador descansó después de esta obra. Génesis 1:31—2:2. Yo también podía descansar en esa verdad. Comprendí que esto quería decir que tenía la fortaleza espiritual necesaria para dejar de lado lo que la materia estaba presentando (imágenes muy afianzadas de enfermedad) y descansar en el conocimiento de que Dios estaba gobernando.
3. Que el mal tiene poder. El hijo de Dios no está sujeto a ataques súbitos; ningún error gradual o sutil puede invadir su ser puro. Dios establece el ser perfecto, que es permanente, y cada una de Sus ideas La expresa a Ella en hermosura, armonía, belleza y paz.
Si bien no estaba particularmente consciente de la irritación, o de pensamientos irritados, al hacer un análisis más profundo me di cuenta de que creer en condiciones enfermizas o ser testigo de una vida que está fuera de control, era ser partícipe de un estado mental de desasosiego, molestia o irritación. ¿Cómo podía salir de ese estado? Tratando de comprender mejor que Dios gobierna todas las cosas. Comprendí que, al saber que Dios tiene el control, nada podía molestarme o encarnarse en mí, por así decirlo.
En su lugar, al sentirme abrazada por Dios, el Amor divino, podía abandonar un sentido de responsabilidad personal y confiar mi hija a Su cuidado. Reconocí que estar irritado con otra persona o por un problema es una manera ilegítima de pensar, pues es desemejante a Dios. Puesto que yo era la hija amada del Amor, no había nada que pudiera molestarme, preocuparme, causarme dolor, tristeza o inquietud, pues el mal no puede existir en la omnipresencia de Dios. Comprendí además que la conciencia pertenece a Dios, y por esa razón incluye pureza, santidad incluso felicidad, todas ellas cualidades divinas.
Al afirmar estas verdades maravillosas acerca del ser y aceptarlas como reales, fue natural ver que se aplican a todos, en todas partes. Pude ver la naturaleza real de cada persona como imagen de Dios, imperturbada por la materia, los pensamientos materiales o la enfermedad. Sabía que, más allá del cuadro material, la verdad espiritual estaba firmemente arraigada en mi conciencia. Entonces pude considerar toda situación bajo la lente del Espíritu y ver claramente que la imagen de Dios está libre de enfermedad, y es saludable, estable y completa.
La irritación que tenía hacía un par de meses, desapareció en dos días; la piel de la zona afectada fue reemplazada por piel nueva. Pero lo más importante de todo fue que comencé a sentir una paz absoluta en relación a la situación de mi hija. Cuando cambié el punto de vista respecto a mí misma y lo puse de acuerdo con lo que Dios pensaba de mí, mi percepción respecto a las personas y a las situaciones se ajustó a lo divino. Vi que si yo era capaz de percibir la verdad respecto a mi hija, la curación no estaría fuera de mi alcance. Al obtener esa percepción, las apariencias dejaron de impresionarme. Un par de semanas más tarde me di cuenta de que, en el mismo momento en que yo me sané, mi hija también había encontrado el camino hacia su completa curación.
La irritación que tenía hacía un par de meses, desapareció en dos días.
Quizás lo que nos impide sanar ciertas situaciones es creer que un determinado problema existe "fuera de nosotros mismos" y que no puede corregirse o purificarse porque no está a nuestro alcance. Pero el amor del Cristo sanador disuelve esa noción equivocada mostrándonos la forma de identificar la necesidad, aceptar el hecho espiritual que la corrige y permanecer en la verdad, hasta que ésta se vuelve tan real que es lo único visible.
Como descubrí en mi propia experiencia, no hay situaciones fuera de nuestro alcance, ni que transcurran fuera de nuestro propio pensamiento. Toda situación o condición discordante (ya sea corporal, institucional, orgánica o de otro tipo) puede sanarse al corregir el pensamiento individual y alinearlo con la verdad.
Cada uno de nosotros posee todo lo que se requiere para hacer un cambio de enfoque y enfrentar todo tipo de situación sin temor, comer lo que se nos pone "delante" y reconocer que el Cristo sanador está siempre presente y dispuesto a brindar lo necesario para lograr la curación.