Un día íbamos con mi mamá, y mis hermanitos y yo, a la casa de mi abuelita, cuando de repente una abeja me atacó picándome en la cara y en la cabeza. Y entonces vinieron más abejas y nos picaron a todos.
No podíamos ver ni caminar bien. Unos vecinos que salieron al oír nuestros gritos, nos invitaron a pasar a su casa muy amorosamente. Ellos nos dijeron que esas picaduras podían ser muy peligrosas.
Nos salieron unas ronchas que nos dolían mucho y a mí me empezaba a doler la cabeza también. Mi mamá nos decía que recordáramos que Dios nos tenía en Sus brazos, y que nada malo nos podía pasar.
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