Tras varios meses de sequía y tiempo seco y frío, acabamos de oír, entre los árboles frutales de nuestra hacienda subtropical en la que criamos cerdos y cultivamos flores, el llamado del iGwalagwala (término zulú para el lourie, pájaro de cresta color púrpura). Ahora esperamos, con algo de ansiedad, el canto del pájaro de la lluvia y los aguaceros que los animales y campos sembrados de anturios Flores ornamentales de la familia de las aráceas. tanto necesitan.
En la región de Sudáfrica en la que vivimos, en el otoño los árboles presentan hojas amarillas (no rojizas), los inviernos son relativamente benignos y los veranos de abundante luz solar y plantas exuberantes. Pero la estación que más me gusta es la primavera.
Ésta es la época de sacudir el polvo — que se ha asentado después de meses de tiempo seco — y de sacar la ropa que usaremos en la nueva estación. Sin embargo, estoy aprendiendo que lo que más importa es la limpieza mental. Entonces me pregunto: ¿Doy acaso la bienvenida a la pureza, alegría y vigor del amor de Dios en cada rincón de mi pensamiento? ¿He eliminado los pensamientos grises e intrincados del invierno, para dar paso a los nuevos brotes? ¿Soy una buena madre y una buena esposa? ¿Expreso realmente amor vibrante y primaveral hacia mi familia?
Me encanta tener la energía necesaria para realizar las actividades que tuve que postergar durante todo el invierno. También me gusta trabajar en el jardín y cortar las ramas secas para que salgan nuevos brotes. Con tantas señales de renovación por todas partes, me resulta mucho más fácil hallar una dimensión espiritual en todas estas actividades, que está muy por encima de las resoluciones que a menudo tomamos para el Año Nuevo.
A veces, en medio de una intensa jornada de limpieza o poda, canto con el Salmista: "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan". Salmo 24:1.
Ahora que la ascendente temperatura de septiembre hace posible abrir las puertas y ventanas de la casa para que la brisa marina la refresque, me pregunto si estoy abriendo las puertas mentales para fomentar el crecimiento espiritual en mis relaciones con mis amigos, con los maestros de los niños y con el personal de la hacienda. Me propongo analizar cada área de mi vida para ver qué debo mejorar.
La bondad de Dios no está sujeta a los cambios de estación.
Una de las muchas cosas que me gustan respecto a la primavera es la certeza de su llegada. Es relativamente fácil entrar en su ritmo y encontrar nuevas formas de celebrar la belleza de la creación de Dios. Durante las cenas en familia, agradecemos el renacimiento y renovación espiritual de nuestra vida y establecemos metas para los soleados días por venir.
Los niños están deseosos de sentir el aroma de los jazmines y cambiar sus equipos deportivos de invierno por camisetas y pantalones cortos. No ven el momento de darse el primer chapuzón de la primavera sumergiéndose en las aguas del Océano Índico, cazar hermosas mariposas y recibir a los amarillos gansitos y rosados cochinillos, recién nacidos.
Sin embargo, la primavera tiene también para ellos sus exigencias. Las pruebas de ballet, las jornadas deportivas, las caminatas a la escuela y muchas otras actividades al aire libre, pueden resultar agotadoras. A veces vamos y venimos en auto a la escuela por los caminos sucios y polvorientos de la hacienda hasta seis veces por día. Cuando esto ocurre, mi esposo y yo les explicamos con amor que la bondad de Dios no está sujeta a los cambios de estación. No hay desequilibrio en la estabilidad, el orden, la inteligencia, el compañerismo, la felicidad y la inspiración disponibles para todos Sus hijos. "Dios, el Padre-Madre, se ocupa de todos los detalles", les decimos.
Mientras tanto, mi esposo mira con demasiada ansiedad el cielo de estas primeras semanas de primavera, en busca de nubes que anuncien lluvia, que ha sido algo evasiva durante los últimos años. Necesita agua para los cerdos y los más de 20.000 sedientos anturios.
Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma.
Ante esta situación, encontramos consuelo en un relato bíblico que aparece en los Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Allí se narra que Jesús alimentó a una multitud de miles de personas física y espiritualmente hambrienta, que había seguido al Maestro y a sus discípulos hasta un lugar apartado. Probablemente el mensaje de curación y salvación que esas personas habían escuchado les daba la certeza de que todas sus necesidades serían satisfechas, por lo que decidieron quedarse allí. Como ya era tarde y el lugar era alejado, Jesús mandó a sus discípulos que dieran a la gente algo de comer. Los discípulos se asombraron de que alguien pudiera siquiera insinuar la posibilidad de alimentar a una multitud tan grande. Tan sólo el pan que se necesitaba costaba el equivalente a ocho meses del salario de un trabajador.
Así como alimentar a esa multitud parecía una tarea imposible de realizar, a mi esposo y a mí nos parece a veces imposible conseguir agua y alimento para atender las necesidades de la hacienda. No obstante, los discípulos juntaron los alimentos que tenían y dividieron a la gente en grupos.
Luego Jesús oró y dio gracias a Dios, y Dios hizo lo que parecía imposible. Tal fue Su abundancia que sobraron doce canastas llenas de restos de pan y pescado. Esta historia nos ha enseñado a orar con mayor devoción por nuestras necesidades (por cierto, mucho menores) y dar gracias más a menudo.
A veces oramos con el siguiente pasaje bíblico: "Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan". Isaías 58:11. Recurrimos a Dios constantemente en busca de soluciones que van más allá de calendarios escolares, viajes al mercado al amanecer, y cultivos de flores.
En septiembre siempre encuentro fortaleza en el espíritu de renovación, esperanza y crecimiento espiritual que se encuentra en un ensayo titulado "Voces de primavera", que dice en parte así: "Cada nuevo año, goces más elevados, aspiraciones más sagradas, una paz más pura y una energía más divina debieran renovar la fragancia del ser". Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 330.
¡Cuánto más fácil es ese proceso cuando nos ponemos en las bondadosas manos de Dios, en las que el crecimiento y la renovación están asegurados! El crecimiento que verdaderamente deseo es poder, cada primavera, amar más a la gente y a los animales que me rodean. Me reconforta saber que es Dios quien alimenta en mí este deseo.
Cuando pienso en la nueva estación, la veo como una expresión vívida y dinámica de la creatividad y generosidad incesantes de Dios, de la belleza que surge a mi alrededor y en mí misma.