Soy una señora de edad avanzada y vivo en una residencia para gente mayor que lleva una vida activa.
Hace un par de años, cuando me levanté de la cama, debo de haberme caído porque una enfermera que entró a mi habitación para despertarme me encontró tirada en el suelo entre la cama y un sofá.
No recordaba haberme caído, y puede que haya perdido el sentido por un rato, pero en ese momento la enfermera me ayudó a ponerme de pie. Yo estaba consciente y muy pronto descubrí que no podía usar el brazo izquierdo, desde el hombro hasta la punta de los dedos. La enfermera llamó a una practicista de la Christian Science que había orado por mí en otras ocasiones, y le contó la situación. La practicista de inmediato comenzó a orar por mí, y me llamó por teléfono para recordarme que "los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal", una declaración que se encuentra en la página 424 de Ciencia y Salud. En realidad, esa declaración había sido lo primero que me vino al pensamiento cuando recuperé la conciencia y me di cuenta de lo sucedido.
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