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Logra anular una multa

Del número de febrero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En octubre de 1999 mi papá estaba muy preocupado porque había recibido una carta del municipio informándole que tenía que pagar una multa bastante elevada, por no haber pagado, durante varios años, la licencia para tener un negocio. El mismo, por otro lado, había sido cerrado en el año 1992. La carta le daba tres días de plazo para que efectuara el pago. Mi papá había ido al municipio para tratar de aclarar la situación y le pidieron la carta de Cese del negocio. Ahora bien, durante aquellos años, nos habíamos mudado de casa cuatro veces y ya no teníamos ningún documento relativo a la firma. Sucedió que la repartición pública también se había mudado de sede y habían perdido muchos documentos, y por eso estaban cobrando de acuerdo con los datos obsoletos que tenían.

Valió la pena orar.

— Ahora, ¿que hago? — pregunto mi papá—. Ellos quieren cobrar y no es justo porque yo hico todo correctamente.

— Bueno — respondí—, es una buena oportunidad para poner en práctica lo que estoy aprendiendo en la Christian Science. Tenemos que reconocer que en el reino de Dios no hay pérdidas ni accidentes. Dios es la Mente divina que todo lo sabe y conoce todas nuestras necesidades. El va a traer la solución.

—Ésas son sólo palabras bonitas — me retrucó—. Yo quiero solucionar esto como se debe no con palabritas.

— Mira — le contesté—, esas palabras bonitas hacen referencia a un Principio espiritual, una ley espiritual que siempre se cumple. Haz la prueba. Ve a tu cuarto y ora con sinceridad a nuestro Padre-Madre Dios. La Biblia es la palabra de Dios, y muchas veces él nos habla a través de algo que encontramos en ella. Después de orar, ábrela y lee donde la hayas abierto, y después hablamos.

Más tarde, pasé por el cuarto de mi padre, y estaba radiante. Me dijo que la Biblia se había abierto en la parábola de la oveja perdida, en que Jesús cuenta cómo el pastor había dejado las noventa y nueve ovejas en el redil y se había ido a buscar a la que se había perdido, y lo feliz que se sintió al encontrarla. Mi papá también había sentido aquella alegría.

—¿Viste qué bueno es orar y recibir el mensaje que Dios te manda? — le dije.

Después de eso se fue a dormir, de tan tranquilo y sosegado que estaba. Cuando se levantó, al caminar por el corredor vio que la puerta del cuarto de mi hermana estaba abierta. Cuando se acercó para cerrarla vio que había unas ollas mal acomodadas encima de una mesa. Al arreglarlas cayeron unos papeles viejos y en blanco. Cuando la luz que entraba por la ventana iluminó un papel él logró leer las palabras "Cese". Sólo en ese ángulo era posible leerlas.

Fue rápido al municipio y presentó el papel. Los funcionarios no querían aceptarlo, diciendo que estaba en blanco. Pero mi papá insistió en que llamaran al jefe, quien al llegar tampoco aceptó aquel documento. Como mi padre estaba dispuesto a ir a hablar con el alcalde, ellos llamaron a un jefe de más antigüedad, de otro departamento, quien reconoció que años antes habían usado ese tipo de papel. Él dio la orden para que emitieran una nueva carta para regularizar la situación, y anuló la multa.

—¿Y ahora, qué opinas? ¿Valió o no valió la pena orar? — le pregunté a mi papá cuando me contó lo sucedido.

— Claro que sí — me respondió—. La bendición de Dios es bien rápida y eficaz. Préstame esa revista, el Heraldo, que siempre lees.

Desde aquel día mi papá empezó a interesarse en la Christian Science. Y yo estoy muy contento por ello.


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