Nací en la quinta ciudad más grande del mundo, São Paulo, Brasil. Se trata de una ciudad llena de contrastes: hay récord de ventas de marcas francesas extremadamente caras, mientras millones de habitantes se mueren de hambre.
Es necesario amar a los niños sin distinción, con esperanza y compasión.
En algunos vecindarios elegantes, familias pequeñas viven en departamentos o casas de más de mil metros cuadrados, mientras que tan sólo a unas cuadras, sus vecinos con cinco o seis hijos tratan de sobrevivir en un cuarto, construido por lo general de madera con piso de barro.
Durante mi niñez, estos extremos no formaban parte de mi pequeño mundo, de mi vida tranquila. Yo vivía en una casa grande con mi familia. A menudo mis padres salían por las noches, pero yo no tenía miedo de quedarme sola. Cuando tenía once años tomaba el autobús para ir al conservatorio, y a los doce, viajaba por esta enorme ciudad sin temor alguno. Me sentía muy segura en mi ciudad. No obstante, en los últimos 25 años la situación se ha deteriorado notablemente. Hoy en día, mis sobrinas adolescentes no pueden caminar solas por la calle.
En una ocasión, iba manejando mi auto y me detuve en un semáforo esperando que cambiara la luz. Tenía la ventanilla abierta. De pronto, un chico, de unos ocho o nueve años, se me acercó con algo en la mano — un pedazo de vidrio o un estilete — y me amenazó para que le diera mi cartera. Lo miré y pensé: "Eres el amado hijo de Dios, y Él nos está protegiendo a los dos". Traté de alcanzar mi cartera y de hablar con él. Entonces me amenazó otra vez. Yo continué pensando "Dios está aquí con nosotros, y Dios es amor". Entonces escuchamos la insistente bocina de un coche que estaba detrás de nosotros. El chico se asustó y salió corriendo.
Después de este incidente, comencé a observar con más amor a los niños que veía en la calle: aquellos que venden dulces, que piden limosna, que huelen pegamento de zapatería; niños que andan merodeando para buscar sobras de comida en los mercados; niños que, casi desnudos, juegan en los barrios pobres; mal alimentados; niños discapacitados; niños explotados por sus padres; niños inmersos en el mundo de la delincuencia y las drogas. Empecé a ver que los medios de comunicación nacionales e internacionales cubrían más noticias sobre el tráfico ilegal de menores; la pornografía infantil; el trabajo de esclavos; la mutilación causada por las guerras civiles; los niños asesinados o abandonados por sus propios padres debido a las leyes o preferencias de género de un país.
Ansiaba de todo corazón ayudarlos. Pensé en Jesús, quien en una época cuando los niños parecían ser menospreciados, les mostró afecto y compasión. Mary Baker Eddy, también sintió amor y compasión por los niños. Ella comprendía que el reino de Dios le pertenecía a todo aquél que fuera como un niño y que Jesús los amaba profundamente "por estar libres de mal y por su receptividad a lo que es justo" (véase Ciencia y Salud, págs. 130 y 236). Yo también quería sentir más amor hacia ellos en mi corazón. No el tipo de amor que surge de la impotencia, sino el amor que es el reflejo directo de Dios, puesto que Él es Amor. Y así poder amar a los niños sin distinción; con confianza, con compasión, con esperanza. Amarlos viendo en cada uno de ellos la creación divina, la cual es perfecta, completa, espiritual. Amarlos sin temor, sin importar el color. la edad. edad, la educación o el país. Y a medida que comencé a amarlos de esta forma, encontré la manera de expresar este amor y verlo expresado en otras personas también.
He tenido oportunidad de hablar con niños y adolescentes, algunos de la calle y otros cuyo ambiente familiar era preocupante; he podido hablar con algunos que están en la cárcel, y con quienes simplemente desean saber más sobre Dios y Su poder sanador. Y también, en ocasiones, he podido ayudarlos.
Hay muchos otros individuos que están haciendo lo mismo. Por ejemplo, mi amigo Subhash Malhotra, de Bombay, India, ora por los millones de niños que viven en las calles de su país; muchos de ellos han sido abandonados por sus padres que viven en una terrible pobreza. Las oraciones de Subhash están llenas de amor y compasión, y siente mucha ternura cuando ve que estos niños nunca pierden la alegría. Otro amigo, Benjamim Pilipili Vonga, conmovido por el daño causado por 25 años de guerra civil en Angola, está fundando una organización para ayudar a niños mutilados. Mi amiga Marylou Churchill leyó en un artículo de un diario que en China los niños son abandonados en los bosques. Oró a Dios de todo corazón, preguntándole: "Padre, ¿qué puedo hacer por Tus hijos?" Meses más tarde, se enteró de que dos mellizas necesitaban un hogar. Y muy pronto estas hermosas bebas de ocho meses de las Islas Marshall en Micronesia, traían felicidad a su hogar. Ella pudo adoptarlas.
Estos son tan sólo unos pocos ejemplos, pero hay muchos más, tanto a nivel nacional como internacional. Y cada uno de ellos es importante, porque cada uno es el resultado de las oraciones tan llenas de amor que se hacen por los niños.
Este versículo de la Biblia me da esperanza: "...serán todos enseñados por Dios" (Juan 6:45). Cada niño en el mundo, cualquiera sea la condición en la que vive, es mantenido dentro del amor ilimitado de Dios y tiene el derecho a tener una vida justa. Puesto que Dios es el Bien omnipresente, cada niño está gobernado por Él. Y Él le mostrará el camino para salir de la opresión y encontrar felicidad, paz, salud y bienestar espirituales. Estos son los verdaderos derechos del niño, que se pueden reclamar en la oración.
La oración consagrada y llena de amor nos guiará, querido lector, a ti, a otros y a mí a dar los pasos que contribuyan a que los niños experimenten la justicia divina. Podemos comenzar ahora mismo con una oración tan simple como la de Marylou: "Padre, ¿qué puedo hacer por Tus hijos"?
