AVECES LA VIDA NOS PINTA ANTE LOS OJOS LA MUECA DEL SUFRIMIENTO HUMANO — NOS PONE FRENTE A FRENTE CON ROSTROS SIN ESPERANZA, NOS GOLPEA EN LA VENTANILLA DEL AUTO CON LA MANO DE LA INDIGENCIA QUE MENDIGA EN LOS SEMÁFOROS, O NOS PASA DE REFILÓN POR POBLACIONES MARGINALES CON NIÑOS INOCENTES CAMINANDO DESCALZOS ENTRE LA POBREZA.
Un sentido de injusticia en ocasiones nos recorre el alma, y algo nos dice que no podemos esconder la cabeza o mirar en otra dirección. Tampoco podemos enfriar nuestro natural sentido de solidaridad recubriéndolo con indiferencia. En cambio, un inmenso interrogante se suscita de manera inquietante: "¿Qué podemos hacer?"
Yo tengo una respuesta, que me ha dado resultados prácticos en los casi diez años que he trabajado en labores sociales: podemos orar. Y me encantaría explicar exactamente a qué me refiero. En el libro Ciencia y Salud hay un capítulo completo dedicado a la oración como un poderoso medio de traer armonía a cualquier aspecto de la vida. La oración es, desde este punto de vista, el preámbulo mental a través del cual alineamos nuestro pensamiento con la realidad espiritual, a saber: la perfección, la abundancia, el amor, la alegría, o la salud. Cuando oramos nos esforzamos por estar conscientes de este cuadro de ideas espirituales como la única realidad existente.
Son sorprendentes los cambios que una visión de este tipo puede efectuar en la experiencia humana; en la propia y en la de los demás. Desde la resolución pacífica de conflictos o enemistades, a experimentar protección en situaciones de peligro; desde encontrar algo extraviado, o contestar acertadamente las preguntas de un examen, a obtener el hogar o el empleo que necesitamos, sin olvidar por supuesto la curación física de todo tipo de males. La oración puede transformar el pesar, la depresión, la preocupación, el miedo o la angustia, en una calmada convicción de que el bien es lo único que está ocurriendo.
Alguien podría preguntar: Entonces, ¿me está sugiriendo que al ver en la calle a alguien necesitado, en vez de ayudarlo, simplemente ore por él y siga de largo? La oración y el actuar correcto nunca son acciones que se excluyan mutuamente. En la Biblia leemos "Esto era necesario hacer sin dejar de hacer aquello". Estas son palabras del hombre que más nos ha enseñado sobre el amor por los demás. La frase que acabo de citar se encuentra en un capítulo en el que Jesús amonesta a los fariseos y a los escribas (intérpretes de las Escrituras, demasiado apegados a la letra de la ley), por su falta de sinceridad y por su excesiva preocupación por las apariencias. Jesús les recomienda, entre otras cosas, dar limosna, purificar su pensamiento y no pasar por alto la justicia y el amor de Dios.
La oración y el actuar correcto nunca se excluyen mutuamente.
Un poco antes, Jesús nos imparte una maravillosa enseñanza en la Parábola del Buen Samaritano. Preguntado por un intérprete de la ley sobre qué se debe hacer para heredar la Vida Eterna, Jesús le pregunta "¿Qué lees en la ley?" El otro contesta correctamente, "amar a Dios por sobre todo y al prójimo como a uno mismo". Según dice la Biblia, "queriendo justificarse a sí mismo", el escriba le pregunta a quién puede considerar su prójimo. Entonces Jesús le cuenta acerca de un hombre que es asaltado por unos ladrones que lo dejan malherido. Un sacerdote y un levita (ministro religioso), pasan cerca de él, pero no lo socorren sino que ambos siguen de largo. Tras ellos, en cambio, pasa un samaritano (un extranjero, despreciado por las autoridades eclesiásticas de la época), y es "movido a misericordia" y ayuda al hombre en apuros con amorosa solicitud. Vale la pena leer el relato completo, y meditar sobre la posibilidad de ampliar el amor que expresamos por los necesitados, especialmente por aquellos que la vida coloca a nuestro lado.
Había dejado de mendigar.
Hace poco más de un año, recién llegada a Rumania, conocí a un muchacho que mendigaba en una esquina por la que yo pasaba con regularidad. Una de las primeras lecciones que aprendí al trabajar con chicos de la calle es que nunca se le debe dar dinero a un menor, de modo que algunas veces le compraba algo de comer e intercambiaba algunas frases con él. Así llegué a saber que se llamaba Tusluc, que pronto sería mayor de edad, que no tenía familia, y que había dejado la escuela a la edad de 13 años. El chico me pareció muy inteligente, sabía algunas palabras en español, y cada vez que lo veía, había aprendido algunas más para poder charlar conmigo. Sentí que era una lástima que hubiera dejado la escuela.
Pensé en conseguirle un trabajo pero no tuve éxito, y muy pronto me mudé al otro lado de la ciudad y durante muchos meses no volví a verlo. De todas formas sabía que el recurso de la oración siempre da resultado y que yo tenía la responsabilidad de estar consciente de la verdad espiritual acerca de ese muchacho, en mi propio pensamiento. Así lo reconocí como una idea de la Inteligencia Divina, bienamado, protegido y guiado por la Mente creadora, que algunos llaman Dios. Él tenía el derecho divino a hacer lo correcto, a progresar, a reflejar sabiduría y tino en cada una de sus decisiones.
Hace poco me encontré de nuevo con Tusluc. Primero me dio casi lástima verlo en el mismo lugar donde solía encontrarlo, pero muy pronto me di cuenta de que algo había cambiado. No lo vi mendigando sino que ayudaba a la gente a estacionar sus autos o a cargar las bolsas de la compra. Sus ojos se llenaron de alegría cuando me contó que estaba yendo nuevamente a la escuela en un programa especial de reinserción escolar.
Cada vez que llenamos nuestro pensamiento con renovadoras ideas espirituales y comprendemos algo más de la verdad espiritual sobre una situación, se produce un cambio. Debiéramos empezar a tener fe en ello y "orar sin cesar" por nosotros y por los demás. Eso impartirá una bendición callada a nuestro paso y abrirá el camino a nuestras mejores acciones.
Las palabras del título de este artículo sobre una "promesa solemne de orar" se encuentran en un párrafo de Ciencia y Salud que dice algo más al respecto, y que resume la actitud que todos debiéramos grabar en nuestros corazones, para poder realmente ayudar a los demás: "Y solemnemente prometemos velar, y orar por que haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros".
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