Un día, en mi capacidad de practicista de la Christian Science, recibí la llamada de una señora que me dijo que su hijo tenía varicela. Era una especie de epidemia, y toda la escuela estaba padeciendo de ese problema. Como se trataba de una enfermedad contagiosa, por razones legales, era necesario reportar el caso a las autoridades. También el médico de la escuela había sido informado y había ordenado que el niño permaneciera en su casa. Pienso que el médico esperaba que la recuperación tomara bastante tiempo.
Al orar, la madre y yo reflexionamos sobre lo que le sucedió a Daniel cuando estuvo en el foso de los leones. Pensamos que los síntomas visibles de la enfermedad se podían comparar con esos animales, que si bien parecían estar allí, no podían hacer nada. No formaban parte del verdadero ser inocente, la naturaleza divina de este niño.
Cuando uno ora siente como un suave empujoncito que le indica exactamente lo que necesita hacer en ese momento. El mensaje divino que recibimos cuando oramos se expande, comienza a tener un efecto y a producir un cambio en nosotros. Orar significa permanecer tranquilos, permitiendo que sólo lo divino esté operando, y empezar a aceptar únicamente el punto de vista espiritual de las cosas. Y en este caso, ese enfoque llegó a nuestro pensamiento a través de una historia de la Biblia.
Cuando caminamos por “la senda del justo” — concepto que se encuentra en las Escrituras — descubrimos que estamos protegidos. Y no sólo lo espiritual y abstracto de nuestro ser está protegido, sino todo lo que nos rodea. Así les ocurrió a los hombres en el horno de fuego que fueron arrojados con sus turbantes, mantos y calzas, y sucedió que no sólo ellos no fueron quemados, sino que incluso sus ropas quedaron intactas, o sea todo lo que ellos incluían, y hasta su conciencia fue protegida
Y eso fue lo que le ocurrió también a Jesús durante su resurrección. Repetidamente me conmuevo y me lleno de admiración cuando reconozco lo que él demostró en aquel entonces para todos nosotros: que incluso aquello que llamamos cuerpo también está protegido, en la medida en que lo mantenemos libre de pecado. Entonces lo divino protege lo humano, lo envuelve. Lo humano es puesto, por así decirlo, bajo ese “abrigo” divino, y como consecuencia se mantiene libre de pecado. Mary Baker Eddy escribió lo siguiente en su obra La unidad del bien: “Cuanto más comprendo la verdadera naturaleza humana, tanto más percibo que es impecable” (pág. 49).
Ésta es la clave: que lo divino alcanza lo humano libre de pecado. Y pienso que tenemos un símbolo para este acto de “alcanzar” en la Biblia, cuando Jesús toca a un leproso. Ese toque sanador del Cristo fue un gesto muy amoroso y poderoso. Lo mismo ocurrió cuando Jesús tocó el féretro del joven de Naín, resucitó al muerto, y se lo entregó a su madre. Ese acto fue en contra de las leyes humanas, puesto que tocar un féretro era algo terrible en aquella época. No obstante, él no prestaba ninguna atención a las leyes mortales, simplemente las sobrepasaba, a fin de ser obediente tan solo a la ley divina.
Lo humano está protegido, y de esa manera veía yo a ese niño. Lo vi protegido. Esta naturaleza divina, que hemos definido como inocente, como la verdadera naturaleza espiritual de cada uno, de manera muy natural encontró su completa expresión allí, por tanto el niño estaba protegido, y no podía ser tocado por lo mortal, por los síntomas.
Orar significa... aceptar sólo el punto de vista espiritual de las cosas.
Estas ideas comenzaron a cambiar el pensamiento de la madre y el mío, y a elevarlo porque demostraban la verdad. Es como cuando uno despierta de un sueño.
Es importante comprender que la Verdad y la materia no están en el mismo nivel, aunque a menudo así las vemos. Es como decir: “Sólo tengo que separar el mal del bien, entonces me queda el bien, y la situación se soluciona”. Con esa perspectiva no podemos resolver el problema. De ese modo no estamos contemplado el bien divino, es tan solo una percepción humana del bien. Porque todo lo que tiene su opuesto en el mismo nivel de conciencia sólo puede ser mortal. Lo divino se encuentra en un lugar completamente diferente, y no tiene opuesto alguno. Hay un solo Dios, y Él es Todo-en-todo.
Cuando trato de evaluar el bien en la misma escala con lo humano, no estoy con Dios. Estoy pensando en lo que es humano, y no en lo divino. Ése es el peor enemigo, no es tan sólo el mal, pues éste puede reconocerse fácilmente. Pero cuando mezclamos los conceptos, puede que asuman una apariencia inofensiva. Cuando concibo un concepto humano de Dios, por más maravilloso que sea, no deja de ser humano, y por tanto limitado. Debo renunciar a todas las opiniones humanas y elevar el pensamiento hacia lo divino.
Como resultado de nuestras oraciones, media hora después el niño ya no tenía ningún dolor, la picazón había desaparecido, y comenzó a jugar. Estaba muy contento. ¡Y también quizás un poco porque no tenía que ir a la escuela!
No les habíamos prestado a los “leones” — el fenómeno de la enfermedad — ninguna atención. El libro Ciencia y Salud dice: “Enteramente separada de la creencia y del sueño de la existencia material, está la Vida divina...” Esta frase, “enteramente separada”, indica que no deberíamos permitir que ningún elemento mortal, ni aún el más pequeño, entre en nuestra conciencia.
Recurrimos a lo divino simplemente porque en lo divino no existen esos síntomas. Y el punto decisivo es éste: lo que debemos hacer es confiar en que el mensaje celestial, la Verdad divina, destruye la enfermedad y todo aquello que no es verdadero.
Lo interesante es que todos los fenómenos humanos comienzan a desaparecer cuando Dios opera en nuestra conciencia. Él nos envía mensajes sanadores, no sólo información, y hay curación y transformación detrás de cada uno de ellos. Nos confiere un poder y una fortaleza enormes. El apóstol Pablo dijo que la Palabra de Dios es como una espada de dos filos, que lo separa todo y corta lo que no sirve. Y nosotros deberíamos apoyarnos en eso, y confiar plenamente en el poder de Dios.
Como mencioné, el resultado fue que la picazón desapareció casi de inmediato, y los síntomas visibles desaparecieron en tres días. Entonces el médico de la escuela declaró que el niño estaba totalmente sano.