En 1994, aunque acababa de terminar mi doctorado en química analítica y tenía un buen trabajo, no era feliz. Me sentía fatigado, estaba deprimido y no quería hablar con nadie. También sufría de tos crónica y estaba perdiendo peso, y tenía miedo a morir.
No quería buscar ayuda médica porque conocía personas que se habían hecho adictas a los medicamentos. Utilicé hierbas medicinales, pero no mejoré.
Recordé que, cuando era niño, mi abuela me decía constantemente que Dios era omnipotente. Escéptico, pero con cierta esperanza, pensé que si Dios existía, ciertamente me conocería y me podría ayudar, aunque yo no lo conociera a Él; y Le pedí que me ayudara.
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