Ocurrió el día de nuestra boda. Fue un sábado y yo había invitado a un muchacho que es como si fuera mi hijo. Siempre lo había considerado como tal porque su madre falleció hace siete años y yo cuido mucho de él. Aquella noche asistieron 70 u 80 invitados. Pero el muchacho no apareció.
Temprano a la mañana siguiente su mejor amigo me contó que el joven estaba herido. Había ocurrido un altercado en la calle, y le habían cortado la garganta con el cuello de una botella rota, y casi se muere desangrado. Los paramédicos de emergencia que fueron llamados al lugar, dijeron que si hubieran llegado 10 minutos más tarde no lo habrían encontrado vivo. Había perdido tanta sangre que sus órganos habían dejado de funcionar, incluso los pulmones, por lo que lo habían conectado a un respirador. Estaba en coma.
Cuando escuchamos la noticia, un amigo que estaba con nosotros dijo inmediatamente que para Dios no hay víctimas ni perpetradores, y eso fue fundamental para nosotros. Fue maravilloso escuchar esta idea espiritual en ese momento de tanta preocupación.
Más tarde esa mañana asistí al servicio religioso en mi iglesia filial. Allí me encontré con un practicista de la Christian Science y le dije: “Necesito tu ayuda ya mismo; alguien está lesionado”. Él me contó que lo había visto en el periódico, y que empezaría a orar inmediatamente.
Un altercado en las calles de Berlín abre la maravillosa posibilidad de que se haga presente la curación espiritual.
Luego fui al hospital a visitar al muchacho, quien seguía en coma. Me quedé unos momentos con él y le susurré algunas ideas espirituales en el oído. Él movió un poco los labios y me di cuenta de que había percibido algo, aunque seguía inconsciente.
Los médicos no sabían en qué iba a resultar todo esto. Las posibilidades no eran muy buenas, sin embargo le prestaron el mejor cuidado que pudieron y le suturaron las heridas. También nos dijeron que teníamos que esperar para ver lo que ocurría.
El segundo día, el practicista continuaba orando, y en el hospital me dijeron que su condición se había estabilizado tanto que tratarían de quitarle el respirador.
Al tercer día apagaron la máquina. Había recuperado el conocimiento y saludó a su hermana que estaba sentada junto a él. Esa tarde pudo hablar y dijo que quería irse a su casa porque se sentía bien.
El día siguiente era jueves, y el viernes lo sometieron a todo tipo de exámenes y confirmaron que sus pulmones y todos sus órganos estaban absolutamente intactos. No había en él alteración funcional ni efecto negativo alguno.
El lunes siguiente le permitieron irse a su casa, y el martes regresó a la escuela. Todos por aquí dicen que fue un milagro, que ocurrió un milagro de gracia. El amor que recibió, ya sea a través de los médicos, el personal de la ambulancia, y todos aquellos que oraron por él, era bien tangible. Y este amor de Dios estuvo tan claramente presente que uno sólo puede atinar a dar gracias.