Ocurrió el día de nuestra boda. Fue un sábado y yo había invitado a un muchacho que es como si fuera mi hijo. Siempre lo había considerado como tal porque su madre falleció hace siete años y yo cuido mucho de él. Aquella noche asistieron 70 u 80 invitados. Pero el muchacho no apareció.
Temprano a la mañana siguiente su mejor amigo me contó que el joven estaba herido. Había ocurrido un altercado en la calle, y le habían cortado la garganta con el cuello de una botella rota, y casi se muere desangrado. Los paramédicos de emergencia que fueron llamados al lugar, dijeron que si hubieran llegado 10 minutos más tarde no lo habrían encontrado vivo. Había perdido tanta sangre que sus órganos habían dejado de funcionar, incluso los pulmones, por lo que lo habían conectado a un respirador. Estaba en coma.
Cuando escuchamos la noticia, un amigo que estaba con nosotros dijo inmediatamente que para Dios no hay víctimas ni perpetradores, y eso fue fundamental para nosotros. Fue maravilloso escuchar esta idea espiritual en ese momento de tanta preocupación.
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