Durante los primeros meses de mi segundo año del bachillerato, comencé a tener una relación más estrecha con un chico. No sabía si me gustaba él o si lo que me gustaba era el hecho de que estaba en el último grado y estar con él me hacía sentir bien conmigo misma. Sin embargo, para cuando llegó la semana de los exámenes finales era un hecho que éramos novios y yo estaba muy entusiasmada.
Una noche, después de un partido de básquetbol, él quiso que pasáramos un tiempo juntos, pero algo me decía que me fuera derecho a casa. Ignoré mi intuición y dije que sería divertido pasarla juntos una última vez antes de las vacaciones de Navidad.
Pero no fue divertido. Él empezó a pedirme que hiciera cosas con las que yo no me sentía a gusto. Me tocaba en lugares que yo no quería que me tocara, y aunque trataba de apartarle las manos, volvía a tocarme. Incluso fue tan lejos como hacerme poner mis manos en partes de su cuerpo, lo que me hizo sentir muy incómoda.