En nuestra iglesia, hay una pared alta con varias ventanas pequeñas cuadradas, bien arriba. Un día, se me ocurrió mirar una de ellas. Había mucho viento, y las ramas de un árbol plantado afuera se agitaban mucho. Mientras las ramas se movían de un lado a otro a través de esa ventana, yo sabía que solo estaba viendo una pequeña parte de ese árbol. Era un árbol grande que del otro lado tenía muchas ramas, pero por esta ventana podía ver muy poco de él. Pensando en esto, me vino a la mente una analogía.
A menudo percibimos a las personas de cierta forma basados en una visión humana limitada. Podemos verlos de manera positiva: amables, considerados, fáciles de tratar. Pero, por supuesto, también podemos verlos de manera negativa: mal intencionados, fáciles de ofenderse, o incluso malvados. También hay otras etiquetas: enfermos, miserables, limitados de una manera u otra. Sin embargo, sabemos por la Biblia que Dios creó al hombre (a todos) a Su imagen, el reflejo exacto de Sí mismo, puramente espiritual.
Al mirar a través de las “ventanas” humanas, tenemos una perspectiva muy limitada de las personas, una visión que no contempla la verdad acerca de ellas. Aunque podamos pensar que expresan muy poca bondad, o ninguna en absoluto, esta no es su verdadera naturaleza. Dios, el Amor divino, ve al hombre en su totalidad, al hombre completo que posee todas las cualidades divinas y nada desemejante a Dios, el bien. Dios ama a este hombre, ¡nuestra verdadera identidad! Es más, Dios no ve imperfección alguna. El hombre que Dios ve es perfecto, completo; Dios ve lo que realmente somos.
Estas ideas me han hecho pensar más profundamente en cómo veo a los demás. ¿Estoy orando para ver al hombre completo, la imagen y semejanza de Dios? Al hacer esto, estoy más consciente de la verdadera naturaleza de cada persona y de las infinitas cualidades otorgadas por Dios.