“No puedo quedarme en este lugar de NINGUNA MANERA”. Esto fue lo único que pude pensar al ver la pila de cajas que tenía que desempacar. Había estado en esta casa nueva dos horas y ya parecía ser una idea totalmente equivocada.
Recientemente, había tenido algunos cambios en mi vida y había estado viviendo con mis padres por un año, cuando comencé a buscar un lugar económico donde vivir, en un barrio muy deseable. Desesperada por vivir por mi cuenta nuevamente, y sin mucho presupuesto como para hacerlo, me había sentido muy entusiasmada cuando encontré una habitación para alquilar con otras cuatro personas. Tan entusiasmada que de alguna forma me olvidé de las dudas que había tenido inicialmente.
En esa época, había comenzado a pensar seriamente en establecer mi práctica pública de la curación en la Ciencia Cristiana. Había hablado con una practicista de esta Ciencia acerca de esa potencial idea, y nuestras conversaciones me habían hecho considerar si esta habitación era el mejor lugar para proteger al “niño” de la curación cristiana (véase Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 370). Me pregunté si ofrecería la atmósfera en la cual yo podría alimentar de la mejor manera a este bebé metafórico. Si representaría acaso mi creciente compromiso de estar disponible para orar con consagración por cualquier persona que recurriera a mí para encontrar curación. Era obvio que debía encontrar un lugar adecuado que proporcionara la quietud y el orden necesarios para este trabajo.
Cuando me presenté a la mañana siguiente en la casa de mis padres, obviamente angustiada, ellos me recibieron con cariño y comprensión y me aseguraron que podía quedarme con ellos. Pero yo ya había hecho el compromiso de pagar el alquiler de la habitación (aunque todavía no había firmado el contrato). Además, en un par de semanas sería Navidad, y ¿cómo iba a resolver todo eso tan rápidamente?
Sintiéndome perdida y sin saber qué hacer, regresé al lugar que había alquilado y sentada en la cama, le pedí a Dios con toda sinceridad que me guiara. Luego abrí la Biblia que tenía junto a mí, y mis ojos recayeron en el libro de Esdras: “Sin embargo, ahora se nos concedió un breve momento de gracia, porque el Señor nuestro Dios ha permitido que unos cuantos de nosotros sobreviviéramos como un remanente. Él nos ha dado seguridad en este lugar santo. Nuestro Dios nos ha iluminado los ojos y nos ha concedido un poco de alivio de nuestra esclavitud” (9:8, NTV).
Me asombré ante la importancia de este versículo. Describe al pueblo de Judá maravillándose ante el cuidado que Dios les había demostrado a pesar de todos los errores que habían cometido, permitiéndoles incluso estar seguros y regresar a Jerusalén y reconstruir el templo después de haber estado exiliados.
Las palabras que me impresionaron más fueron: “ahora se nos concedió un breve momento de gracia, porque el Señor nuestro Dios ha permitido que unos cuantos de nosotros sobreviviéramos como un remanente”. Esto pareció como una dirección divina. Yo me había sentido atrapada. Pero de inmediato fue muy claro para mí que Dios nunca nos deja en situaciones infelices o aparentemente desesperadas; incluso aquellas que son el resultado de haber tomado malas decisiones o haber desobedecido intencionalmente. Cuando con toda honestidad buscamos la guía de Dios, siempre hay una salida debido a Su gracia abundante, definida generalmente como “el libre e inmerecido favor de Dios”.
Encontré a alguien para alquilar la habitación y salí bien librada de la experiencia.
Entré en acción de inmediato impulsada por una energía desconocida y empecé a empacar nuevamente todo lo que había desempacado, puse un anuncio en el sitio Web de anuncios clasificados, y les escribí a todos mis compañeros de cuarto para decirles que no podía quedarme pero que encontraría un reemplazo. La nueva fortaleza que sentía era una indicación de que estaba haciendo lo correcto.
Poco después, encontré a alguien para alquilar la habitación y salí bien librada de la experiencia, con excepción de cierto dinero que perdí con la mudanza inicial.
Era tentador continuar mirando los anuncios para encontrar otros lugares económicos pero no tan perfectos, entonces recordé el siguiente versículo de Segunda de Crónicas que había encontrado en otros de los desafíos de mi vida: “El Señor tiene mucho más que darte que esto” (25:9 LBLA).
Durante los meses siguientes, confié en que esto era así y dejé las necesidades de vivienda en manos de Dios. Me concentré en atesorar al niño de la curación cristiana al dedicar mi pensamiento más totalmente al trabajo de la práctica, sirviendo a la comunidad a través de la Sociedad de la Ciencia Cristiana a la que me había unido y siendo una hija más cariñosa.
Poco después de haberme mudado a casa, surgió la oportunidad especial de orar por mi madre mientras se restablecía por completo de lo que parecía haber sido una lesión muy grave en la mano y en la muñeca debido a una caída en el hielo. Mis padres también me permitieron transformar una esquina de un cuarto, que rara vez se usaba, en una oficina donde yo podía tener un lugar tranquilo para orar y hablar con quienes me solicitaran tratamiento en la Ciencia Cristiana.
Aquel verano inesperadamente, me enteré de una oportunidad para mudarme a un apartamento espacioso e inusualmente económico en una hermosa zona. El alquiler era casi idéntico al que hubiera estado pagando por una habitación en aquella otra casa. Me sentí conmovida por la bondad y el cuidado de Dios. Pero el tiempo transcurrido entre mi noche tumultuosa en el lugar equivocado y el momento en que me establecí en el nuevo hogar había sido indispensable. Ahora podía ver cómo me había sido demostrada la gracia de Dios. Y, como he aprendido en la Ciencia Cristiana, la gracia divina está siempre activa en nuestras vidas; no solo por “un pequeño espacio de tiempo”, sino por toda la eternidad. El favor de Dios no viene y va ni está limitado a una sola persona o grupo de personas, sino que cuando tenemos experiencias que parecen particularmente difíciles, que nos fuerzan a buscar a Dios con más sinceridad, a veces nos volvemos más profundamente conscientes de la actividad de la gracia.
La Biblia está llena de poderosos ejemplos de hombres y mujeres que sintieron los efectos sanadores de la gracia de Dios. Quizás la historia de la conversión de Saulo en el camino a Damasco es la que viene más rápido al pensamiento. Él debe de haber sentido la gracia de Dios cuando pasó de perseguir a aquellos con quienes no estaba de acuerdo, a predicar la palabra de Dios y sanar. Y tenemos el relato en el libro de Juan sobre la mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio y amenazada con ser apedreada. A ella se le mostró la totalidad de la gracia de Dios cuando Cristo Jesús le dijo que no estaba condenada y la multitud se dispersó.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió que toda curación se logra por medio de la gracia de Dios, la cual ella dice es “el resultado de comprender a Dios” (La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo, pág. 10). Al reflexionar sobre esta declaración, me he dado cuenta de que no solo experimentamos la gracia cuando comprendemos a Dios, sino que también la gracia es un modo de comprenderlo mejor —qué es Dios y lo que hace— y sentir el amor de nuestro Padre-Madre que lo envuelve todo. Por medio del Amor divino —y al descubrir que nuestros pensamientos verdaderos solo tienden hacia Dios, el bien— encontramos una forma de “escapar” de las trampas de la forma de pensar mortal, tales como la obstinación y el temor, que pueden llevarnos a tomar decisiones o a tener un comportamiento que podemos lamentar. A fin de experimentar plenamente la profundidad del Amor divino, necesitamos tener la humildad de querer liberarnos de toda forma de pensar y de comportarnos que parezca separarnos de Dios. No obstante, la gracia puede elevarnos aun en nuestros momentos más difíciles, para que comprendamos que nada puede separarnos realmente del Cristo, la naturaleza divina que Cristo Jesús demostró hace siglos.
La canción “Sublime gracia” dice:
En los peligros o aflicción
que yo he tenido aquí
Su Gracia siempre me libró
y me guiará al hogar.
(John Newton. Fuente: En Espíritu y en Verdad, musica.com)
La gracia siempre nos guía al hogar, hacia la comprensión de lo que somos como el hijo puro y amado de Dios.
En mi experiencia, me sentí guiada por la gracia al hogar literalmente. Fue un maravilloso recordatorio para mí de que cualquiera sea el desafío, nuestras oraciones por la gracia para seguir adelante —para demostrar, paso a paso, lo que la comprensión de la bondad de Dios trae a la humanidad— siempre son recompensadas.