“No puedo quedarme en este lugar de NINGUNA MANERA”. Esto fue lo único que pude pensar al ver la pila de cajas que tenía que desempacar. Había estado en esta casa nueva dos horas y ya parecía ser una idea totalmente equivocada.
Recientemente, había tenido algunos cambios en mi vida y había estado viviendo con mis padres por un año, cuando comencé a buscar un lugar económico donde vivir, en un barrio muy deseable. Desesperada por vivir por mi cuenta nuevamente, y sin mucho presupuesto como para hacerlo, me había sentido muy entusiasmada cuando encontré una habitación para alquilar con otras cuatro personas. Tan entusiasmada que de alguna forma me olvidé de las dudas que había tenido inicialmente.
En esa época, había comenzado a pensar seriamente en establecer mi práctica pública de la curación en la Ciencia Cristiana. Había hablado con una practicista de esta Ciencia acerca de esa potencial idea, y nuestras conversaciones me habían hecho considerar si esta habitación era el mejor lugar para proteger al “niño” de la curación cristiana (véase Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883–1896, pág. 370). Me pregunté si ofrecería la atmósfera en la cual yo podría alimentar de la mejor manera a este bebé metafórico. Si representaría acaso mi creciente compromiso de estar disponible para orar con consagración por cualquier persona que recurriera a mí para encontrar curación. Era obvio que debía encontrar un lugar adecuado que proporcionara la quietud y el orden necesarios para este trabajo.
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