Cuando era niña y salíamos a cenar con otra familia, me sorprendía mucho cuando los dos padres trataban de tomar primero la cuenta y pagar toda la comida. “¿Por qué iba a querer alguien pagar por la comida de una familia que no era la suya?”, me preguntaba.
Por supuesto, cuando fui mayor, comprendí mejor las alegrías de ser generoso y me resultó cada vez más natural querer dar lo que pudiera a los demás. Sin embargo, en mi pensamiento todavía estaba ese sentimiento de “juego de suma cero” (donde la ganancia de uno es a expensas del otro); la sensación de que, si era generosa con mis recursos, habría menos para mí y mi familia.
Entonces un día, me encontré con esta impresionante declaración de Mary Baker Eddy, mi autora favorita y la mujer que fundó The Christian Science Monitor: “Quien teme ser demasiado generoso ha perdido el poder de ser magnánimo” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165). Al leer esta declaración pude sentir que había algo poderoso detrás de ella, algo que elevaba la idea de la generosidad por encima del simple cálculo de cuánto podemos dar a los demás. Esta cita apunta a una fuente de recursos tan abundante que hay suficiente para todos. La Ciencia Cristiana explica que esta fuente es el Espíritu divino, Dios, quien provee el bien, las ideas espirituales y la inspiración sin límites para cada uno de nosotros.
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