Por lo general, se piensa que no es deseable sentirse presionado. Estar al día con las exigencias de la vida normal es difícil para muchos, y aún más para aquellos que tratan de escapar de condiciones desesperadas. Sin embargo, hay un tipo diferente de presión que todos merecemos sentir: una que nos eleva en vez de hundirnos.
Cristo Jesús y San Pablo fueron luminarias que vivieron bajo una presión que les dio realmente más confianza, fortaleza y alegría. Enfrentaron enormes demandas, peligrosas amenazas y fatiga. Las multitudes los presionaban para que los ayudaran. Algunos que podrían haberlos apoyado en su trabajo no lo hicieron. Los poderes corruptos trataron de impedirles que enseñaran las ideas espirituales que liberaban a la gente de la opresión. Jesús luchó bajo el peso de la resistencia del materialismo a la supremacía del Espíritu que él enseñaba. Pablo luchó no solo para diseminar las enseñanzas de Cristo, sino también para mantenerlas puras, y a menudo se sentía frustrado y agobiado ante los fracasos y divisiones que se producían.
No obstante, una presión mayor en dirección opuesta los sostuvo e inspiró: el llamado divino de mostrar al mundo el amor salvador de Dios. Jesús dijo: “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana” (Mateo 11:28-30, NTV).
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