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Original Web

La presión que queremos

Del número de julio de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 31 de mayo de 2019 como original para la Web.


Por lo general, se piensa que no es deseable sentirse presionado. Estar al día con las exigencias de la vida normal es difícil para muchos, y aún más para aquellos que tratan de escapar de condiciones desesperadas. Sin embargo, hay un tipo diferente de presión que todos merecemos sentir: una que nos eleva en vez de hundirnos. 

Cristo Jesús y San Pablo fueron luminarias que vivieron bajo una presión que les dio realmente más confianza, fortaleza y alegría. Enfrentaron enormes demandas, peligrosas amenazas y fatiga. Las multitudes los presionaban para que los ayudaran. Algunos que podrían haberlos apoyado en su trabajo no lo hicieron. Los poderes corruptos trataron de impedirles que enseñaran las ideas espirituales que liberaban a la gente de la opresión. Jesús luchó bajo el peso de la resistencia del materialismo a la supremacía del Espíritu que él enseñaba. Pablo luchó no solo para diseminar las enseñanzas de Cristo, sino también para mantenerlas puras, y a menudo se sentía frustrado y agobiado ante los fracasos y divisiones que se producían.   

No obstante, una presión mayor en dirección opuesta los sostuvo e inspiró: el llamado divino de mostrar al mundo el amor salvador de Dios. Jesús dijo: “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana” (Mateo 11:28-30, NTV).

Jesús no se consideraba a sí mismo como alguien que actuaba a solas tratando de lograr cosas. Él sabía que estaba unido al poder infinito que produce todo el bien, y nos convocó para que llegáramos a alcanzar esa misma comprensión. El descanso viene al saber que existe un solo “Yo soy”: Dios expresando inteligencia y capacidad en toda la creación. La mansedumbre de no reclamar un ego personal, bueno o malo, libera de la carga. La sabiduría divina es totalmente suficiente, y hace que cada uno de nosotros sepa y haga el bien que es necesario hacer y supere cualquier mal que sea necesario superar. 

Pablo se sintió divinamente impulsado a llevar el mensaje del Cristo acerca de la unidad con Dios a tanta gente como podía. Con frecuencia era golpeado —literalmente— pero el amor que había cambiado su propia vida de la oscuridad a la luz lo hacía avanzar y lo renovaba constantemente, física y espiritualmente. Él instó a la gente a liberarse del yugo de pensamientos y acciones que eran desemejantes a Dios: “Salgan de entre los incrédulos y apártense de ellos, dice el Señor. No toquen sus cosas inmundas, y yo los recibiré a ustedes. Y yo seré su Padre, y ustedes serán mis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:17, 18, NTV). 

La Ciencia Cristiana asevera que la gran “cosa inmunda” que nos hace sentir que nos falta algo —descanso, fortaleza, capacidad, amor— es creer que somos seres con determinación propia. Jesús vino a mostrarnos que somos expresiones del Ser perfecto, y nos dio un modelo de cómo vivir de esa manera en el mundo. Hasta una pequeña comprensión de esta verdad ha liberado del yugo a muchos del estrés físico y mental. En un podcast reciente del Christian Science Sentinel, un hombre contó cómo encontró un nuevo propósito y se liberó del alcoholismo al aprender a vivir “estrechamente con Dios” (Tom Davis, “A precious discovery,” JSH-Online.com, July 23, 2018).

Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los Científicos Cristianos tienen que vivir bajo la presión constante del mandato apostólico de salir del mundo material y apartarse de él” (pág. 451). 

Esa es una presión que recibimos con agrado. Esforzarnos por conocer y vivir el amor de Dios nos elevará y apartará del temor, la base de toda esclavitud, y nos llevará hacia la libertad y la felicidad de la vida motivada por el Espíritu. Además, impulsa a aquellos que han experimentado este poder inspirador, un poco más que los demás, a querer ayudar a otros a hacer lo mismo.

Me sentí conmovida por la sorprendente descripción de esto en la película El perdonado, basada en la actividad de la Comisión para la Reconciliación y la Verdad en Sudáfrica, encabezada por el arzobispo Desmond Tutu. Después de la extrema violencia de la lucha contra el apartheid, la comisión trató de unir al país reuniendo a las víctimas y a los perpetradores de los crímenes para encontrar alguna forma de avanzar juntos. Si bien la trama y muchos de los personajes son retratos tomados de diferentes historias, en vez de personas y sucesos documentados, lo que se destacó más poderosamente que las terribles tragedias descritas fue la convicción que tenía Tutu —y que luchaba por mantener— de que el mal no es natural o inalterable para nadie, y que esa verdad finalmente impulsará a todos a salir de sus prisiones de temor, ignorancia y odio. 

El temor y la ira a veces presionan para cambiar el comportamiento mediante la fuerza de voluntad. Sin embargo, el carácter mejora solo por medio de la fuerza de la verdad y el amor. No importa cuán erradamente actúe la gente, todos quieren innatamente alinearse con su identidad creada por Dios. Jesús y muchos otros han mostrado que identificar a las personas como los hijos e hijas de Dios hace que deseen actuar conforme a esto, y saber que pueden hacerlo.   

La presión indeseada finalmente nos hace volver hacia el único poder que la atenúa. El Amor divino nos convoca a ver que estamos inseparablemente unidos a una capacidad y bien ilimitados. Esto brinda descanso a nuestras almas, confianza para realizar nuestras tareas y alegría para enfrentar cada día.  

Margaret Rogers
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana

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