Nuestro mundo está influenciado por lo que pensamos. Cuando nuestro pensamiento está desbordando de amor a Dios, la armonía se manifiesta más naturalmente en nuestra experiencia. Para amar a Dios necesitamos conocerlo mejor, y con la oración constante y el progreso espiritual, todos podemos alcanzar una mejor comprensión de Dios y sentir Su presencia.
Me gusta pensar que, así como no podemos ver las ondas sonoras, pero aceptamos su existencia cuando escuchamos algo en la radio o en la televisión, de forma similar, aunque no podemos ver a Dios con nuestros ojos, mediante nuestra comprensión de Él, podemos ver pruebas diarias de Su existencia y omnipresencia. Dios es Espíritu; no podemos tocarlo materialmente. Su presencia no se percibe con los sentidos físicos, sino con el sentido espiritual, el cual es inherente a cada uno de nosotros porque somos hijos de Dios, lo cual nos permite discernir a Dios, el bien, y amarlo más.
En el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy da la siguiente definición de Dios: “El gran Yo soy; el que es todo-conocimiento, todo-visión, todo-acción, todo-sabiduría, todo-amor, y es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida, Verdad; Amor; toda la sustancia; inteligencia” (pág. 587).
Siempre que comienzo mis días reflexionando con toda calma acerca del significado de esta definición, me doy cuenta de que Dios es Todo y se expresa en toda la creación, la cual es espiritual. El único lugar donde el mal puede parecer real, es en el pensamiento mortal, el cual está compuesto de creencias falsas acerca de la vida. Al orar, comprendemos que, puesto que Dios, el bien, es todo y totalmente amoroso, el temor y el sufrimiento son ilusiones, manifestando externamente u objetivando creencias del pensamiento mortal.
Pensé en la totalidad de Dios, donde nada falta, y la provisión es siempre abundante.
Pero lo cierto es que expresamos inteligencia divina; por tanto, todos somos capaces de escuchar los poderosos mensajes de verdad y amor que emanan directamente de Dios a nosotros. Al comprender esto, podemos sentirnos inspirados a tomar decisiones que nos bendicen a nosotros y a otros. Comprender a Dios es natural y necesario, y revela que Él está más cerca de nosotros que el aire que respiramos. Con este conocimiento, nos sentimos amados y reconfortados; nos volvemos receptivos a la guía de Dios y, por ende, somos motivados y guiados a pensar y a hacer lo que es correcto. Muchas veces mi familia y yo hemos sentido que el amor y la sabiduría de Dios nos guía y sostiene, incluso en momentos difíciles.
Yo tengo tres hijos: una hija, que hace muchos años que está casada, y dos hijos mellizos. Uno de mis hijos se casó el año pasado, y al prepararnos para la boda, mi esposo y yo queríamos que fuera una celebración que realmente expresara la alegría que ese acontecimiento nos brindaba. Habíamos orado para que los preparativos para la boda fueran en paz y armoniosos, pero el sentido material erróneo trató de sugerir que la escasez es real.
Mi esposo y yo estamos retirados, y nuestra hija, quien ahora administra nuestro pequeño negocio, había decidido cambiarlo de lugar. Para hacerlo, había dado un anticipo para la compra de una propiedad. Pensamientos de temor nos tentaron haciéndonos dudar de la abundante provisión que Dios tiene para Sus hijos. Sin embargo, esta situación nos hizo renovar nuestros esfuerzos por comprender la verdad acerca de Dios.
En mi estudio diario de la Biblia, estas palabras de Cristo Jesús me llamaron la atención: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). Las obras de Jesús dan prueba de la ley del bien de Dios que aseguran una provisión abundante, y yo me sentí reconfortada al saber que todos podemos seguir el ejemplo de nuestro Maestro y emular sus obras, cuando vamos al Padre —cuando comprendemos que ya estamos en Dios y expresamos Su bondad infinita— porque nosotros somos uno con Él.
La provisión se manifestó con abundancia, en el momento justo, y de una forma que nos bendijo a nosotros y a otros.
También pensé detenidamente en este versículo de la Biblia: “Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:24). Deseábamos celebrar la boda para compartir con nuestros seres queridos cuánta alegría nos daba la misma. La alegría y la provisión son cualidades divinas, y ya las tenemos, permanentemente, puesto que son parte de nuestra naturaleza por ser el reflejo de Dios, y no dependen de medios materiales para ser expresadas.
También pensé en la totalidad de Dios, donde nada falta, y la provisión es siempre abundante. Puesto que Dios es infinito y la fuente de toda acción, y Él creó todo; todo lo que necesitamos ya está presente y se manifiesta activamente en nosotros.
Muy pronto nos enteramos de que en los documentos de la hipoteca, el banco había registrado erróneamente un valor de la propiedad más alto que su precio real. A esta altura de las negociaciones, la única forma de que nos devolvieran el dinero era lograr que el vendedor estuviera dispuesto a hacerlo. Fue útil reconocer en mis oraciones que, por ser hijos de Dios, todos somos honrados, puesto que todos somos ideas de Dios, el reflejo de la Verdad divina.
La semana de la boda, el vendedor depositó en nuestra cuenta del banco toda la cantidad que legalmente nos pertenecía. De esta forma, pudimos cumplir con todos nuestros compromisos financieros, e incluso, sobró dinero. La provisión se manifestó con abundancia, en el momento justo, y de una forma que nos bendijo a nosotros y a otros. La celebración de la boda transcurrió en perfecta paz y armonía.
La solidez de la guía y provisión de Dios se demuestra mediante el sentido espiritual y se desarrolla a medida que fomentamos la comprensión de Dios, el Amor divino, quien gobierna Su creación a través de Sus propias leyes del bien. La percepción espiritual de la bondad y el amor de Dios nos revela nuestra inseparable, estrecha y gratificante relación con nuestro Padre, porque el sentido espiritual demuestra que nunca estamos separados de Él. Entonces, el sentido material limitado y el escepticismo, ceden a la comprensión, y nada puede impedirnos probar que Dios es el bien omnipotente, que perpetuamente satisface las necesidades de la humanidad.