Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

La grandeza de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 13 de noviembre de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Enero de 2015.


Cuando me senté por primera vez en el Edificio Original de La Iglesia Madre, me sentí profundamente conmovido. Entre los inspirados recordatorios que tiene ese edificio del eterno mensaje del cristianismo y de la Ciencia Cristiana, lo que me impactó aquel día en particular, hace años, fue este pasaje de la Biblia, grabado en la pared detrás del púlpito de los Lectores: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Salmos 77:13).

En aquel momento sentí tal reverencia, admiración y gratitud por Dios, que me embargó una gran inspiración y humildad. Al pensar en ello, lo describiría como una percepción de la totalidad de Dios, de que no existe otra Mente, y que esta Mente delinea, dirige y gobierna la creación; que Dios es el Amor divino e infinito, que se hace cargo de toda necesidad que tengamos; y que no hay nada que se oponga al poder afectuoso de Dios. Fue una percepción de la grandeza de Dios mucho más completa de la que había tenido antes, y jamás la olvidé.

La grandeza de Dios no es algo teórico. Tampoco es algo que hay que temer, o reverenciar desde lejos. El Dios a quien Cristo Jesús llamó “nuestro Padre” es un Dios muy real, amoroso y accesible, que nos sostiene, nos apoya y nos sana, un Dios que podemos entender, amar, obedecer y contar con Él. El poder sanador y la disponibilidad de Dios han sido demostrados en las curaciones de enfermedades, dolencias, lesiones y dolores que muchos de nosotros hemos tenido en la Ciencia Cristiana al apoyarnos en Dios para sanar.

Hoy, tanto los desafíos que la humanidad enfrenta como los que enfrenta la gente individualmente, muestran que existe la continua y gran necesidad —y oportunidad— de que todos aprendamos más acerca de la grandeza de Dios. Lo que sabemos o no sabemos acerca de Dios está relacionado con la armonía de nuestra vida e incluso del mundo. Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, escribe lo siguiente acerca de esto: “Es nuestra ignorancia de Dios, el Principio divino, lo que produce la aparente discordancia, y el entendimiento correcto de Él restaura la armonía” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 390).

Hay mucho en el mundo que contradice la realidad de la supremacía y totalidad de Dios. La mente carnal, siempre opuesta a Dios, pretende —a veces con irritante agresividad— que la materia, y no el Espíritu, gobierna; que hay una presencia y un poder malévolo, una realidad material discordante, que invalida la supremacía del bien. Las evidencias físicas de esto parecen terriblemente reales a los sentidos materiales, razón por la cual nuestras oraciones son tan necesarias.

La mente carnal, o mente mortal, siempre es mentirosa y una mentira, como Jesús indicó claramente (véase Juan 8:44). Con la oración podemos hacer que nuestra creciente comprensión de Dios se aplique a los males del mundo, de manera que la luz de la Verdad mejore la situación y disipe esta mentira del mal, cada vez más. En el santuario de la oración y la comprensión espiritual, podemos desechar los sentidos materiales y encontrar evidencia de la supremacía del Espíritu, el Amor divino.

Dos amenazas al bienestar de la humanidad en este momento —la enfermedad y el odio— son ejemplos de lo que podemos ayudar a mejorar mediante la oración.

Por su naturaleza misma el Espíritu es armonioso y puro. Toda molécula en la infinitud del Espíritu es espiritual y buena. La perfección del Espíritu se expresa en su imagen, el hombre; en la individualidad verdadera de cada uno de nosotros. Lo único que siempre se produce en la totalidad del Espíritu es una idea del Espíritu. Por lo tanto, la enfermedad jamás ha existido en el Espíritu o en su creación. La enfermedad no tiene fuente ni causa, ni origen, ni punto de partida, nada que la produzca. No tiene sustancia o duración alguna, no tiene curso o contorno, inteligencia ni ley que la apoye o perpetúe. El Espíritu está por siempre gobernando mediante la ley del Espíritu, produciendo armonía, pureza y bondad, y manifestándolas en el hombre.

Nuestras oraciones son como ventanas que permiten que la luz del Espíritu entre en la consciencia humana. La percepción de la totalidad del Espíritu, abre nuestro pensamiento hacia la ley del Espíritu, que está siempre en operación para mantener la armonía del hombre. Esta ley divina alcanza toda consciencia humana. Disuelve el temor y otros pensamientos que producen la enfermedad, y de esta forma desintegra la ilusión de la enfermedad misma.

La totalidad del Amor divino hace que el odio sea una irrealidad, cuya inexistencia puede ser discernida cada vez más. Al no tener lugar alguno en el Amor divino, el odio no tiene lugar en el orden divino de la existencia, de manera que no tiene plataforma de legitimidad desde donde imponerse. El Amor divino está constantemente manifestando amor en toda Su descendencia, sus ideas espirituales, la verdadera identidad de cada uno de nosotros. La ley del Amor causa que el amor y solo el amor se exprese, de modo que el odio ni siquiera puede ser conocido en la totalidad del Amor.

La presencia y el poder del Amor divino hablan con ternura a la consciencia humana, neutralizando la agresiva tendencia hacia el odio. La presencia del Amor hace que la gente tome consciencia de su individualidad real como linaje del Amor, haciendo que el rostro insensible y cruel del odio cruja y se resquebraje, y pierda su atracción, hasta que finalmente se quebranta y cae a pedazos, dejando que los individuos se sientan motivados por el amor hacia los demás.

¡Qué maravillosa recompensa nos espera a medida que nos dedicamos en oración cada vez más y de todo corazón, a comprender, aceptar y probar la grandeza de nuestro Dios por siempre presente! Dios no es el Dios de solo unos pocos. No favorece a ciertas personas y a otras no. Dios es el Dios de todos, quien está por siempre cerca para satisfacer nuestras necesidades y responder a nuestras oraciones.

La Sra. Eddy escribe: “A medida que nos elevamos por encima de las aparentes nieblas de los sentidos, percibimos más claramente que todo el homenaje del corazón Le corresponde a Dios” (Escritos Misceláneos, pág. 107). La supremacía de Dios está establecida para siempre debido a la totalidad de Dios. Mediante nuestro amor por Dios —evidenciado en oración, sincera obediencia y curación— ayudamos a sacar a la luz el reino de la armonía de Dios sobre la tierra.

David C. Kennedy

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.