En el segundo semestre de mi onceavo grado en el bachillerato, mi clase de pre-cálculo se volvió más difícil, y me costaba mucho comprender el material. Así que empecé a dedicar más tiempo para estudiar. Veía clases por Internet y asignaba a mis notas colores especiales para poder comprender mejor la materia. Para cuando llegó el momento de la prueba, me sentía orgullosa del trabajo extra que había hecho, y estaba definitivamente preparada para responder las preguntas.
La prueba fue tal como yo esperaba, y mi confianza fue en aumento con cada problema que respondía correctamente. No fue sino hasta que había contestado la mitad de las preguntas que miré mi reloj por primera vez. Me asustó ver ¡que solo quedaban unos cinco minutos! Traté de mantenerme tranquila y concentrarme en la prueba, pero parece que el tiempo pasó muy rápido y solo pude contestar un par de preguntas más.
Cuando la maestra de matemáticas recogió mi prueba, comentó que yo habría terminado si “hubiera estudiado el material”. Sorprendida y herida, pasé el resto del período tratando de ocultar mis lágrimas para que mis compañeros no las vieran. Durante el resto de la semana escolar, pretendí que nunca había tenido la prueba, y que no me importaba para nada que me dieran una mala nota.
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