A lo largo de mi vida, siempre he valorado las relaciones con los demás y me he esforzado mucho para que funcionen. Así que me sorprendí mucho cuando mi novio, que estaba comenzando la universidad, decidió que lo mejor sería separarnos. Estaba tan enojada que me aseguré de que supiera cómo me sentía: rechazada y sin amor. Pronto, estos sentimientos de animosidad hacia él comenzaron a manifestarse en mis otras relaciones. Descubrí que estaba apartando a mis seres queridos porque sentía que no merecía su amor y cuidado.
Una noche, llegué a casa de la escuela llorando. Al principio, mi mamá trató de consolarme, pero estaba tan frustrada que una vez más la aparté y me retiré a mi habitación. Mientras estaba tumbada en la cama, lo único en lo que podía pensar era en cuánto odiaba a mi ex-novio por no querer estar conmigo. Seguí pensando, “¿Cómo puedo ser feliz sin él?”. Y, “¿Qué he hecho para merecer esto?”. Me culpaba por la separación, convencida de que había hecho algo mal, y que esa era la verdadera razón por la que él había terminado conmigo.
Sin embargo, mientras estaba allí acostada, me di cuenta de que no iba a llegar a ninguna parte sintiendo lástima de mí misma, así que recurrí a Dios como he aprendido a hacerlo en los momentos difíciles. Me vino la idea de tomar mi ejemplar de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Cuando lo hice, el libro se abrió en la página 57, donde dice: “Las ráfagas invernales de la tierra pueden desarraigar las flores del afecto, y dispersarlas a los vientos; pero esta ruptura de lazos carnales sirve para unir más estrechamente el pensamiento con Dios, porque el Amor apoya el corazón que lucha hasta que cesa de suspirar por el mundo y empieza a desplegar sus alas hacia el cielo”.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había olvidado la relación más importante de mi vida: mi relación con Dios. Percibí que esta era una buena oportunidad para comprender mi perfecta unidad con Dios y abrazar mi identidad espiritual como Su hija amada. Comprendí que había estado poniendo mi relación con mi novio primero, en lugar de reconocer que ya era completa, porque Dios me da todo lo que necesito. Había estado dependiendo de mi novio para sentir felicidad cuando, en realidad, ya tenía todo el amor que pudiera necesitar o desear de parte de Dios. Solo tenía que aceptarlo. Cuando comprendí estas ideas, fue como si toda la ira que había sido reprimida en mi interior desapareciera por completo, y por primera vez en mucho tiempo realmente me sentí satisfecha y completa.
También me di cuenta de que no podía albergar esos sentimientos de resentimiento y enojo hacia mi novio. El amor de Dios es universal e imparcial, así que, como Dios no elige a quién amar y a quién odiar, por ser Su reflejo yo también debo reflejar este amor que todo lo abarca. Este amor no varía según las circunstancias, y nunca puede desaparecer. Comprendí que esto era cierto tanto para mi novio como para mí, que ser afectuosos y sentirnos amados era algo natural para ambos.
Después de orar de esta manera por un tiempo, me sentí en paz, así que decidí llamar a mi ex-novio e intentar acabar con la situación. Me sorprendió descubrir que él estaba marcando mi número justo cuando yo lo llamaba. Sin ninguna petición de mí parte, él se disculpó por su dureza y me pidió perdón. Aunque él no es Científico Cristiano, compartí las ideas con las que había estado orando y estuvo muy agradecido porque sintió que podía relacionarse totalmente con ellas. Juntos, llegamos a la conclusión de que era correcto no seguir adelante con nuestra relación, pero que aún podíamos ser amigos.
Estoy muy agradecida porque pudimos dar por terminada la relación y seguir adelante sin que hubiera malos sentimientos. Pero lo que realmente fue más importante para mí acerca de esta experiencia es la cercanía que sentí con Dios y la comprensión de que mi relación con el Amor divino es inquebrantable. Esto significa que cada uno de nosotros no solo merece amor, sino que ser amados es lo que somos y siempre seremos como hijos e hijas de Dios.