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Para jóvenes

El Amor al rescate

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 16 de enero de 2019


Los sucesos que hace unos meses rodearon el rescate de los miembros del equipo de fútbol de Tailandia y su entrenador asistente, captaron la atención de todo el mundo. Y ¡qué júbilo más grande hubo a medida que los experimentados buzos fueron escoltando metódica, hábil y pacientemente a unos pocos a la vez, afuera de la profunda red de cuevas inundadas, en un período de tres días! Se había tenido la gran preocupación de que las opciones para sacarlos no eran seguras, ya que se pronosticaban más lluvias que amenazaban con subir aún más el nivel de las aguas. La gente de todas partes estaba orando, muchos sentían que podían recurrir a Dios, el Ser Supremo, en busca de ayuda. A medida que pasaba el tiempo, vinieron buzos profesionales y expertos de muchas partes del mundo, llegaron numerosos recursos y las soluciones comenzaron a surgir. Y cuando esos chicos estuvieron finalmente fuera de la cueva —y pidieron pollo frito, chocolate y otras comidas favoritas— la familia mundial sonrió y se regocijó junta.

Este rescate ofrece una vívida ilustración que inspira y da esperanza a cualquiera de nosotros que se encuentre estancado en su propio lugar oscuro —tal como un pozo de soledad o depresión— o encerrado en una serie de circunstancias con un trabajo, un problema físico o en una relación de la cual no logra ver una salida. Por más atrapados y sin esperanza que parezcamos estar, el hecho de comprender mejor la naturaleza del Amor divino brinda esperanza. De hecho, Dios, —el Amor omnipresente y omnipotente— está enviando un “equipo de rescate” de ideas espirituales para salvarnos. 

Analiza esto: si el Amor divino puede impartir la inteligencia, la habilidad y el cuidado que guiaron a sacar con seguridad a esos jóvenes de las cuevas inundadas a ochocientos metros o más bajo tierra, debajo de una montaña y en época de monzón, entonces, como escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, “¿Qué no puede hacer Dios?” (pág. 135).

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