Era un sábado por la noche, a comienzos de mi semestre en el exterior en una ciudad europea. Me había quedado hasta tarde disfrutando de la compañía de nuevos amigos. Mis compañeras de cuarto estaban haciendo otras cosas aquella noche; y no me di cuenta, sino hasta que llegué a la parada del tranvía, que tendría que regresar sola a nuestro apartamento. Comencé a caminar más rápido a lo largo de varias cuadras oscuras y vacías, y me detuve en una cabina telefónica iluminada afuera del edificio del apartamento para encontrar mis llaves.
Mientras hurgaba en mi bolsa, con mi espalda contra la entrada de la cabina telefónica, de pronto, una voz detrás de mí murmuró: “Hola”.
Al darme vuelta vi que un hombre corpulento estaba bloqueando la puerta. Por la forma en que me miraba me di cuenta de que su actitud no era amigable. Sentí un nudo en el estómago por el temor mientras le decía algo indicando que debía irme. Él no se movió. En cambio, intentó besarme y trató de sujetar la pretina de mis jeans. Logré moverme hacia atrás y bloquear sus manos, pero sabía que no lograría mantenerlo alejado por mucho tiempo.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!