La pelota de tenis venía en mi dirección más rápido, más alto y con más efecto de lo que yo estaba acostumbrado, y mis devoluciones se iban fuera de la cancha, hacia la izquierda y la derecha. “¡Mira la pelota, mira la pelota! ¡No estás mirando la pelota!”, mi buen amigo me gritaba del otro lado de la red mientras practicábamos reveses y derechazos. Yo estaba seguro de que miraba la pelota, pero treinta minutos más tarde, descubrí que él había estado en lo cierto. Ese pequeño detalle de observar la pelota por una fracción de segundos más hacía una gran diferencia. Era la sencilla observación de un mejor jugador, y ahora yo estaba golpeando más limpia y constantemente la pelota.
Más tarde, las palabras de mi amigo alcanzaron un significado mucho mayor y me llevaron a preguntarme: ¿Cómo estoy “observando la pelota” —manteniendo mi atención en Dios, la Verdad, la Mente, el Amor divinos— en mi vida diaria? ¿Será que, como en mi juego de tenis, debo ajustar mi pensamiento espiritual cotidiano?
Estas eran preguntas legítimas, ya que recientemente había descubierto que mis oraciones para resolver los sucesos locales, nacionales e internacionales no aliviaban mis temores ni promovían sentimientos cristianos. Esto era muy inusual para mí porque la oración normalmente me daba mucha paz. Pero sin darme cuenta, al no hallar consuelo en la oración, lo compensaba aferrándome a ciertos temas en las noticias que pudieran validar mi opinión y respaldar mi sentido de seguridad. Este método inevitablemente fue decayendo en irritación, impaciencia y desesperación cuando, por ejemplo, en mi búsqueda en internet me encontré con noticias contrarias a mis opiniones. Comencé a ver cada vez más la “deflexión” de la creación de Dios (véase Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 502), un punto de vista acerca del mundo dividido en hombres buenos y hombres malos, y miles de millones de pequeñas mentes diferentes—algunas buenas, otras malas—controlando a hombres, mujeres, niños y gobiernos.
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