Pocas cosas en la tierra pueden compararse con la naturaleza pura y perdurable del amor de una madre. Ella conoce intuitivamente las necesidades de su hijo mejor que nadie. Incluso después de que sus hijos “abandonan el nido”, sus esperanzas y oraciones viajan con ellos, jamás los dejan, ya que ni el tiempo ni el espacio pueden revertir su devoción.
Tal vez sea así como muchos de nosotros caracterizamos a nuestras propias madres. Sin embargo, para algunos, esta descripción podría parecer idealista. Quizás ella ha fallecido, y su amor parece un recuerdo lejano. O debido a las circunstancias sin precedente del año pasado, no hemos podido estar con nuestra madre de una manera significativa. Otros pueden lamentar no tener la cálida conexión con su mamá que algunos parecen tener.
Pero cualquiera sea la circunstancia o la situación familiar, hay un amor más elevado y profundo al que todos podemos recurrir en busca de consuelo, guía y, sí, curación: el amor divino de Dios, nuestra verdadera Madre. Este Amor omnipresente nos está abrazando a cada uno de nosotros en este momento.
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