Durante mi último año en un campamento de verano para Científicos Cristianos, estoy bastante segura de que me podrían haber votado como la “Menos probable que siga siendo Científica Cristiana”.
¡Cómo habían cambiado las cosas! Cuando tenía doce años, me afilié a La Iglesia Madre, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston. A los trece años, se me consideraba lo suficientemente confiable en mi comprensión de la Ciencia Cristiana como para ser maestra sustituta de los estudiantes más pequeños de la Escuela Dominical. Amaba la verdad espiritual y me dedicaba a ella.
Cuatro años más tarde, estaba cuestionando todo lo que una vez había apreciado. La Biblia se había convertido en un libro lleno de contradicciones y dichos dudosos. Los escritos de Mary Baker Eddy me dejaban con más preguntas que respuestas, y las explicaciones de mi maestro de la Escuela Dominical no parecían ayudar.
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