Si Jeremías (el profeta bíblico) estuviera aquí hoy, le enviaría un correo electrónico para agradecerle por compartir con nosotros una preciosa oración: “Sáname, oh Señor, y seré sanado; sálvame y seré salvo, porque tú eres mi alabanza” (Jeremías 17:14, LBLA). Atribuyo una rápida curación que tuve a las importantes lecciones que esta oración me enseñó cuando yo también me volví a Dios para sanar (véase “Trusting God’s faithfulness,” Sentinel, September 13, 2010).
Cualquiera que estudie la Ciencia Cristiana aprende con rapidez que Dios verdaderamente puede sanar. Dios es todopoderoso y omnipresente, y Su amor es constante, invariable, irresistible. Dios es la fuente y proveedor de todo el bien. Así que es natural recurrir a Él en busca de salud tan ciertamente como es recurrir a Él en busca de felicidad, consuelo y fortaleza; de hecho, para todo.
Las palabras de la oración de Jeremías pueden sonar como una petición, cuando sentimos que lo que realmente necesitamos son poderosas declaraciones de la Verdad. Y la petición puede parecer como una súplica. Pero si consideramos profundamente la oración de Jeremías, vemos que no es suplicar en absoluto, sino una oración llena de expectativa y convicción. En ella no hay nada acerca de cuán urgente o difícil es la necesidad de Jeremías, por qué sucedió o lo que Dios debe hacer por él. Con todo su corazón, Jeremías se vuelve a su Dios con el amor más puro y confía en que Él es Dios, el Espíritu: omnipresente, todopoderoso y del todo bueno.
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